La recaptura de Caro Quintero inicia una nueva etapa en la política mexicana. Lo que se decida con el destino del capo marcará a nuestro país. Las razones son por todos conocidas: el involucramiento de Caro Quintero en la muerte del agente de la DEA, Enrique Camarera, abrió una nueva etapa en el narcotráfico. Nada volvió a ser igual porque los límites de respetar a quienes trabajaban para las instituciones de ambos países se había roto. Y las razones las suponemos, pero no las sabemos con certeza.

AMLO sabe que el futuro inmediato de Caro Quintero está en manos del gobierno mexicano y que su extradición al país del norte tendrá que venir aparejada con la entrega de un pez gordo de la administración de Peña (Videgaray está en la mira) o de una concesión grande de parte del gobierno norteamericano (la sentencia contra Garcia Luna puede ser la moneda de. cambio).

Ahora mismo, AMLO juega con la debilidad del gobierno estadounidense. Ellos quieren a Caro, quieren a la Guardia Nacional en la frontera sur y quieren que López Obrador les haga guiños en el proceso electoral estadounidense. Pero jugar con los gringos es jugar con fuego. Puedes acabar quemado porque, una vez resueltos los problemas, no les importará aplastar al sonriente AMLO que desafía las tretas norteamericanas. Sí, AMLO tiene razón: al gigante no debe tenérsele miedo, pero entre la carencia de miedo y la falta de respeto a su poder y a las consecuencias de enfrentar al poderoso vecino hay un trecho largo.

El momento beneficia al presidente mexicano: la administración de Biden tiene más problemas con Trump y sus elecciones intermedias que con el presidente mexicano.

AMLO sabe que tiene el sartén por el mango porque lo necesitan más de lo que él necesita al gobierno americano. Pero ese triunfo suena raquítico. Es algo así como el éxito presumido por Boris Johnson en su discurso de despedida en el parlamento británico donde lo que más sorprendió fue que declaró haber cumplido con su deber. En la misma lógica, AMLO no gana mucho concentrando mejores cartas para negociar con Washington. Eso solo le da mejores instrumentos para obtener concesiones de parte del gobierno norteamericano, pero al país ni le irá mejor ni ganará desarrollo y bienestar por la posición negociadora de AMLO con los norteamericanos si al final sólo pide una sentencia contra un funcionario como Garcia Luna o la entrega de Videgaray. Es el juego del oso y el puercoespín entre ambos países, que bien describió el exembajador Davidow: tan distintos, tan dispares, pero si no entienden que ambos se necesitan termina siendo un juego donde solo se hacen daño.

La captura de Caro Quintero marca un nuevo inicio: no se trata de hacer la voluntad de Washington (la extradición inmediata), pero parece que estamos viendo una película vieja donde el narcotraficanete puede terminar en una prisión del país siendo amor y señor de la situación y las instituciones y autoridades vilipendiadas por el crimen organizado. No se trata de ser entreguista con Washington, sino de esclarecer un crimen que sigue sin resolverse: es el momento en que los mexicanos sepamos quiénes mataron a Enrique el Kiki Camarena, que sepamos quiénes trabajaban para la DEA y la CIA y que a partir de eso podamos entender y darle sentido a decisiones gubernamentales impresentables desde entonces. Que podamos mirar al pasado entendiendo que la fórmula que albergaba en unam misma barca al gobierno y al crimen organizado fue consentida y alentada desde Washington. Y que si quieremos transformar esa dinámica tendríamos que reconocerlo. La muerte de Camarena es el Big Bang del México moderno. No fue el 68 ni la caída del PRI: fue la muerte de un personaje a manos del crimen organizador y de una buena parte de la clase política.

Reconocer que hemos vivido bajo un narcogobierno podría ser el primer paso para intentar transformar este régimen autoritario en una democracia, aceptando que poco ha cambiado desde hace 37 años. Aceptar que por muchas instituciones y políticos que deambulan nada funcionará si el binomio crimen organizador – clase política no es deconstruido. El primer presidente que se dice progresista y el presidente con mayor legitimidad en los últimos veinte años tendría que permitir que se aclare ese episodio único: el origen de nuestro males; la pesadilla perenne. En el caso Camarena hay algo más que morbo: es la historia de México en el final de la Guerra Fría. El papel que se le asignó está descrito en ese episodio: más nos vale conocerlo.

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