Si uno analiza la elección francesa en la que reeligió Emanuel Macron para la presidencia, podría verse un vaso medio lleno, aunque las alarmas sugieren mirar un vaso medio vacío. Ganó Macron, pero Le Pen no perdió del todo. El dato preocupante es que más del 41% de los electores han votado a la extrema derecha: la opción encabezada por Marine Le Pen creció y se quedó a las puertas del Eliseo, lo que denota un fenómeno mundial donde la extrema derecha gana adeptos a partir de su discurso nacionalista, contra el estado social, antiglobalización, antiinmigrante, antifeminista y elitista. En nuestro país, este discurso está insertado en muchos partidos (baste ver que muchos consideran que el Estado no debe “mantener” a personas adultas mayores o que las becas a estudiantes solo fomentan su pereza) y a ratos pasa desapercibido y permea en distintos estratos sociales.
La segunda lección de la elección francesa de este domingo es que los partidos tradicionales han quedado pulverizados y el resultado no es distinto en otros lugares donde personajes y grupos de intereses de extrema derecha lanzan nuevas plataformas políticas (Vox en España) o se adueñan de los partidos tradicionales (Trump en los Estados Unidos de América o Boris Johnson en el Reino Unido).
En ese contexto, hay una constante: la izquierda está extraviada.
En México, Morena irrumpió hace siete años y no ha dejado de ganar elecciones desde entonces, aunque sus alianzas y sus propuestas están lejos de ser progresistas y sugieren mucho más que estamos en presencia de un partido con ideología y programa a la carta: puede declararse a favor del aborto y la eutanasia, pero a su vez criticar abiertamente al movimiento feminista o quitar (sin sustituir) programas como las guarderías infantiles o escuelas de tiempo completo, que benefician sobre todo a familias con mujeres como proveedoras únicas del ingreso del hogar. El PRI, por su parte, está encaminado a la extinción (perdió 8 gobiernos estatales en 2021, todo indica que perderá 2 más en 2022 y solo le restará el Estado de México y Coahuila en 2023). El PAN se queda como el partido de derecha (con 20% de la votación) y el desastre mayúsculo es el PRD, que en 2024 podría perder su registro (solo alcanzó un 3.65% de la votación en la elección federal de 2021). Los partidos que hace 20 años se disputaban la presidencia de la república solo logran atraer al 40% del electorado, aunque algunos de sus integrantes no se dan cuenta de la hecatombe que sufren.
El coqueteo de Morena con partidos como el PES y el Verde, así como su confrontación abierta con posturas feministas, ambientalistas y progresistas, deja abierto el espacio para el surgimiento de nuevas asociaciones que pongan sobre la mesa los temas más importantes pero con una perspectiva social, y no bajo la dicotomía AMLO sí – AMLO no, que Morena y la oposición insisten en afirmar.
La derecha debe mejorar su discurso y alejarse de su elitismo porque el populismo de extrema derecha le puede arrebatar el poco espacio que aún le queda en el espectro político. La izquierda tendría que reorganizarse y liderar las discusiones sobre temas trascendentales sin demonizar al capital: buscar crear nuevas instituciones, fortalecer las que sirvan, y alejarse de los carnés de partidos tradicionales que poco ofrecen al electorado actual.
No se trata de una receta fácil. Sin embargo, las consecuencias de no ponerla en práctica son lustros venideros de extrema derecha y sus consecuencias catastróficas: la negación (aún mayor) de derechos, la minusvaloración de grandes segmentos de la población y el elitismo como punta de lanza. Como si fuera óptima la situación en nuestro país, los retos son mayúsculos para una clase política que quiere seguir discutiendo alrededor de la figura de una persona, cuando en realidad los monstruos que enfrentamos son mucho más grandes. El elefante de la extrema derecha está en la habitación, aunque algunos no quieran voltear y prefieran seguir mirando el vaso medio lleno.
Foto: Marine Le Pen. Reuters