No se trata solo de una película, sino de una amplia reflexión y crítica sobre la sociedad y las desigualdades. “Ellas hablan” (Women talking) es un filme de la directora canadiense Sarah Polley que recrea la discusión en una colonia religiosa donde las mujeres decidirán qué hacer y cómo enfrentar el infierno en el que viven, donde son golpeadas y violadas, donde no tienen derechos y su papel en la colonia es cercano a la esclavitud. ¿Por qué la discusión? Porque no encuentran justicia en su sistema, en su colonia, que bien podríamos extrapolarlo a su país. Quieren vivir y que sus derechos se respeten. Nada más, pero nada menos.

No solo reconocen sus limitaciones, sino -tal vez algo más desesperante- saben que el sistema no cambiará. No solo reconocen que se les ha prohibido aprender a leer y escribir, se les ha minusvalorado y en muchas ocasiones las violan y maltratan, sino que es evidente que sus hijas, sus nietas y ellas mismas seguirán sufriendo el maltrato de parte de los hombres de la colonia que las miran y utilizan como objetos. Son esclavas al servicio de sus maridos, pero también entes sin reconocimiento de oportunidades para aprender y aportar algo más que dedicarse a las labores del hogar y la ayuda en el campo.

La discusión no es sencilla y existen argumentos de todo tipo: ¿qué hacer para dejar de sufrir maltratos y vejaciones, y tener mejores oportunidades? Unas ponen sobre la mesa matar a los hombres de la colonia, otras proponen exigir a las autoridades de la colonia que los procedimientos para juzgarlos cambien, unas más creen que rebelándose y negándose a realizar las labores que siempre han hecho sentará a los hombres en una mesa de negociación donde se discutan los derechos de las mujeres de la colonia que deben reconocerse y respetarse; otras apoyan abandonar la colonia, porque solo así podrán encontrar o fundar una nueva colonia donde los valores sean distintos. Un grupo menor opta por el silencio y la abnegación.

La película es una obra maestra porque refleja los dramas sociales que vivimos, además de actuaciones sublimes: en nuestra sociedad las mujeres son violadas, asesinadas o maltratadas, los migrantes no tienen voz ni voto, los pobres son invisiblizados y algunos pocos someten a otros a quienes se les niegan derechos en mayor o menor medida. La discusión en la película es digna de un curso de Teoría del Estado: cómo reconstruir una sociedad a partir de los acontecimientos atroces que ocurren en ella.

Hay un punto esencial: no puede ignorarse el drama y los daños que las mujeres de la colonia han sufrido. Al decidir qué hacer para mejorar la vida de esas mujeres en la colonia, o en un país, no puede ignorarse los sufrimientos, las violaciones, la falta de oportunidades. Cualquiera que sea la decisión que tomen las mujeres, mas allá de los pros y contras, no puede partirse sino del sufrimiento: solo tomando en consideración el daño puede configurarse una solución adecuada. En la película, un personaje singular es el de August, un profesor en la colonia, hijo de una madre maltratada, y único hombre que se encuentra presente en las discusiones y cuya función es hacer una minuta de las discusiones de las mujeres de la colonia. Su sexo lo deja fuera de la discusión, pero el personaje es vital: hace recordar a esas mismas mujeres que es posible que un hombre criado en esa colonia pueda convertirse en un hombre de bien, aunque existe la discusión primordial de si los hombres jóvenes de la colonia deben acompañar a sus madres en la decisión de irse de la colonia, de refundarla, del papel que debe dárseles en una nueva colonia, y de cómo lograr que esos jóvenes no terminen siendo los monstruos que en muchos casos son sus padres.

La película está basada en el libro de Miriam Toews, Women Talking, que se sirvió de acontecimientos en una colonia menonita en Bolivia para retomar el tema de cómo se deja atrás un infierno de este tipo. La decisión final (el desenlace de la película) es sugerente: nada es fácil cuando se decide destruir un sistema de desigualdades y configurado para que unos abusen de otros.

No es fácil terminar un patriarcado. Habrá monumentos pintados, instituciones trastocadas, enojos e incomprensiones, pero para refundar una sociedad con nuevo valores, ese es el costo mínimo: son las instituciones y las personas que defienden este sistema el problema. Las mujeres hablan, y hay que escucharlas. Mientras se mira la película es imposible dejar de pensar en las mujeres de este país: tienen todo el derecho de refundar con nuevos valores esta sociedad, aunque algunos se sientan indignados; aunque muchos las señalen. Las desigualdades y los daños son enormes como para justificar que este sistema les dará una solución.

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