AMLO es el menor de los problemas del poder judicial. No significa que deba minimizarse la actitud bravucona y amenazante del presidente hacia un poder que desconoce, a pesar de que su andanada contra la presidencia de Norma Piña debe tener sin cuidado a los ministros por dos razones: la reforma con la que amenaza la 4T -que podría cambiar al poder judicial- no será aprobada (requiere de una mayoría que ahora mismo no tiene el presidente) y, en segundo lugar, porque la corte misma puede analizar la constitucionalidad de una reforma que mutile a la corte y otorgue el control del poder judicial al ejecutivo.
Más preocupante es la cuasi-intrascendente reforma del poder judicial de este sexenio. Si bien fue una página en blanco que Lopez Obrador puso en manos del entonces presidente de la corte, Arturo Zaldívar, dicha reforma estuvo lejos de transformar o cambiar sustancialmente las dinámicas del poder judicial: sigue teniendo falencias preocupantes, que van mucho más allá de las bravuconadas del titular del ejecutivo.
Se trató de una reforma que fortaleció a la presidencia de la corte -que ya dejó Zaldívar-, aunque ni resolvió ni trató de resolver los problemas endémicos del poder judicial. Mayores sanciones y controles a los juzgadores, así como concursos para tener más juezas y secretarias, eran instrumentos necesarios, pero insuficientes. El nepotismo, la tardanza para resolver los asuntos y la falta de preparación de muchos juzgadores son una constante, por no enumerar las dificultades de contar con un amparo como medio de impugnación tardado, costoso, poco accesible para los ciudadanos, y también utilizado sin sentido (para alargar procedimientos), lo que genera un exceso de casos por resolver para el poder judicial federal. .
Mientras no haya una reforma y depuración de su personal para acabar con el nepotismo, tampoco habrá avances significativos. Es un laberinto difícil de caminar: se trata de voluntad, autocrítica y emprendimiento, pero justo no se ve una actitud (de parte de los dirigentes del poder judicial federal) que para realizar un análisis introspectivo, aceptar los yerros y mejorar las andanzas del poder judicial.
Aun cuando el nepotismo, el exceso de expedientes por resolver y la capacitación de su personal puedan mejorarse en el poder judicial federal, si ese proceso no viene acompañado por una reforma integral de los sistemas de justicia locales, el ciudadano seguirá encontrando tardanzas y obstáculos en su acceso a la justicia.
Lo que habrá que exigirle a la presidencia de Norma Piña es alejarse del ruido. De suma complejidad es el trabajo de la corte, como para que a eso se abone una confrontación abierta y pública con el lopezobradorismo. Discrepo de la forma en que la ministra ha decidido afrontar al lopezobradorismo hasta ahora, esencialmente por dos cuestiones: una, porque los jueces hablan con sus sentencias y resoluciones. Es su forma “natural” de dialogar y debe ser la forma más importante. Dialogar sin sentencias es mal augurio para el poder judicial. Y, dos, porque si se deciden dar discursos dirigidos al presidente, estos deben ser constantes: deben responder cada ataque y cada golpe bajo. Si se decide enfrentarlo discursivamente, luego no puede dejársele solo en el ring, porque quedarse en la esquina después de la campana que llama a continuar la batalla es un signo de no querer pelear más. Si eso es así, entonces por qué enfrentarlo a veces y otras no. Medias tintas son malas en un enfrentamiento con el rey del discurso. Si la corte le quiere arrebatar el discurso, que lo haga siempre. De lo contrario, que lo deje hablar como merolico y que le responda o lo emplace solo con sentencias. Solo así la corte no perderá una y otra vez en el discurso: se alejará del ruido que provoca discutir sobre cosas sin sentido con quien busca dejar de lado el fondo y centrarse en cuestiones secundarias.
La estrategia para enfrentar a AMLO debe considerar que es una guerra en dos niveles: en el del discurso, donde solo una victoria aplastante del poder judicial sobre el presidente valdría la pena para mejorar la imagen del poder judicial frente al ciudadano; y, en el fondo, tener la consciencia de que los problemas profundos del poder judicial no pasan por el titular del ejecutivo. En todo caso, el mismo poder judicial tiene la llave para resolver esos problemas que tanto le aquejan. De esto último no se habla en la prensa, pero es su verdadero talón de Aquiles.