No es por el puritanismo de que se trata de una alianza «antinatura», como dijo Don Beltrone. La razón es mucho más simple: sólo coinciden en la consecución del poder. Lo demás es ácido que separa su unión. El PAN y el PRD son el agua y el aceite que sólo miran en el 2018 desde un punto de vista común: ganar, aunque no se sepa muy bien para qué.
Su objetivo se afianza a partir de la negación: que el PRI no gane y que tampoco lo haga López Obrador. No se plantean como salida, sino como obstáculo. Se trata de una alianza que pone sobre la mesa la misma disyuntiva planteada por Fox en el año 2000 (sacar al PRI de Los Pinos) y que implícitamente reconoce que los gobiernos panistas fracasaron al gobernar, así como al apoyar las reformas y cambios cosméticos impulsados por sus aliados priistas. En resumen, que el país ha caminado por un sendero errático durante 18 años.
Ricardo Anaya, el candidato de la alianza entre azules y amarillos, simboliza perfectamente las contradicciones de una unión que no es sino oportunismo electoral de poco alcance. Ricardo Anaya va al PRD y pide que lo unjan como su candidato, y los Chuchos y demás tribus perredistas aplauden como si de un adalid de izquierda se tratara o como si estuvieran en presencia de un estadista incomparable. La realidad es que Anaya refleja lo peor del PAN y quienes lo acogen en el PRD están ahí porque ya nadie más quiso quedarse.
Ricardo Anaya será el primer candidato del PAN que no provendrá de una contienda interna en el México de la transición democrática. La experiencia había enseñado que las primarias panistas servían para no repetir los errores priistas de ungir al candidato presidencial por voluntad única del titular del ejecutivo o de a cúpula panista que así lo decidiera.
Ricardo Anaya es un paso atrás en la democracia panista y en la democracia mexicana. Si algo había ganado Acción Nacional era el derecho de asumirse como un partido en el que la imposición no tenía cabida y eso lo diferenciaba de su rival priista. Hoy, Anaya no puede presumir sino de haberse impuesto por el manejo burdo de la propaganda del partido y de sus estructuras. El uso personal de un partido para beneficiar a una sola persona. La disidencia fue desterrada porque Anaya -con su talante autoritario- no entiende que en democracia la oposición -incluso intrapartidista- es un elemento imprescindible. Aniquilarla es aniquilar el carácter democrático de una institución.
Por su parte, el cáncer de siempre del PRD lo ha puesto al borde de la muerte como partido político. Sus tribus, sus grupos de poder, sus pequeñas mafias que beneficiaron a algunos y desdeñaron a la mayoría, terminaron por convertir al partido del sol azteca en una agencia de trabajo que vende su bandera al mejor postor.
¿Qué tiene en común un partido como el PRD con el PAN de Ricardo Anaya? Los grandes temas dibujan una zanja infranqueable entre dos partidos que sólo pretenden justificar los dirigentes que se beneficiarán con algún cargo. Por ejemplo, el PAN aborrece la reforma fiscal que impulsó el PRD, el PRD dice estar en contra de la reforma energética que aprobó Acción Nacional, y ni qué hablar del matrimonio entre personas del mismo sexo, el aborto o el rol de las instituciones de seguridad social, porque son temas que ni siquiera abordan ya que sus posturas pueden dinamitar el «ansiado» pacto.
Anaya en el PRD y éste aplaudiendo al peor ejemplar que ha presentado el PAN para arribar a la presidencia, es una suerte de fotografía de los tiempos actuales. La democracia al interior de los partidos es una caricatura y un desdén mayúsculo hacia la ciudadanía.
Barrales levanta el brazo a Anaya en señal de triunfo y éste sonríe burlonamente, con el descaro del bufón que se ha sentado en el trono. Azules y amarillos, panistas y perredistas, saben que en el mejor de los casos accederán al poder, pero que su triunfo, en todo caso, será efímero y raquítico. Han vendido el partido al mejor postor o han acabado con las tradiciones democráticas que eran señas de identidad de un instituto político. En otras palabras: han dinamitado sus instituciones. Ellos no quieren mandar al diablo a las instituciones: ya lo han hecho, aunque ni lo saben ni lo ocultan.
Son tiempos de personajes menores. Azules y amarillos por igual. Anaya y los dirigentes del PRD así lo prueban, no porque sean agua y aceite, sino porque no saben lo que son. Como una oruga que puede ser mariposa, pero que sólo aspira a ser gusano: a continuar arrastrándose. Cree, y ahí su error, que es su única naturaleza.