Algunos defienden, pocos critican, y unos más atacan a la administración de Moreno-Gali. Entre ellos, muchos sueñan con el momento en el que el PRI vuelva a gobernar Puebla, pero sus deseos se topan con una realidad poco discutible: el PRI ha sido comparsa de los gobiernos panistas en la entidad. Esa realidad tiene una repercusión importante: el PRI no puede distanciarse de una administración a la que ha impulsado, más que criticado.
El peor escenario para los poblanos es el regreso de un partido que nada ofrece. De priistas que buscan el poder para vivir del presupuesto porque desde la oposición les cuesta trabajo hacer política. Desde 2010 han sido sobajados por el gobierno de Moreno-Gali, a pesar de tener fuerza suficiente en el Congreso y en municipios para ser oposición y comportarse de manera digna.
Dignidad es lo que le falta al PRI.
Le faltó desde 2006, cuando un obús llamado Lydia Cacho lo golpeó. Sólo un par de priistas supieron sacar raja y distanciarse (al menos públicamente) de Mario Marín. Sus nombres son conocidos: Rafael Moreno Valle y Enrique Doger. Para Rafael, Marín fue el ancla que le permitió gobernar Puebla; para el exrector de la BUAP, Marín fue un lastre con el que rompió, pero con el que ha vuelto a convivir de manera esquizofrénica, aunque puede presumir que en su momento de mayor poder enfrentó a Plutarco.
La misma dignidad le faltó a Blanca Alcalá para competir sin simulaciones en su intento de llegar al despacho principal de Casa Puebla. Dignidad fue lo que le faltó a la candidata para echar del templete a Mario Marín en el inicio de su campaña, para curar la pandemia del PRI poblano. Dignidad que, si alguna vez tuvo, ahora pasea extrañada en las calles de Bogotá en algo que parece un exilio, un pago político o una ingenuidad de querer influir en la política poblana a tres mil kilómetros de distancia.
Dignidad que le hizo falta a Jorge Estefan, quien simuló una batalla contra Gali resuelta en una sobremesa familiar.
Dignidad le hace falta a Lastiri para darse cuenta que su campaña de tantos años no le llevará a Casa Puebla. Su lugar está en las mazmorras. Dignidad para reconocerse como un personaje gris encumbrado en el marinismo, que tuvo la suerte de que su señor Feudal (Marín) cayó en desgracia y que su partidazo volvió a reinar en 2012, colocándose en la corte del virrey Peña Nieto, donde pertenece porque adula, pero sin posibilidades de gobernar el Estado.
Dignidad les hace falta a quienes han levantado una y otra vez su mano en el congreso poblano para facilitarle la vida a la administración Moreno-Gali. Los mismos que aspiran, como pitufos de la política, por un lugar en San Lázaro, en una delegación federal o en el Senado, porque olvidaron (o no saben) que el momento de ser oposición y hacer democracia se les pasó con cada aprobación de cuentas públicas que les ordenada el jefe de un partido distinto.
Dignidad le falta al PRI para hacer política, para ser un partido digno de una democracia. No lo son y no lo serán. Son un lastre para este país, para el Estado y para la sociedad, no importando las elecciones que ganen. En Puebla, sus mañas y sus símbolos no se han ido del todo, pero volver a verlos en Casa Puebla no sólo sería un retroceso, sino, al mismo tiempo, una pesadilla. El entierro de una transición que requiere una oposición: la que el PRI se ha negado a ser, aun pudiendo serlo.