La entrega de Javier Duarte en Guatemala no es una ficha de cara a la elección en el Estado de México. Los números y las sensaciones muestran que Alfredo del Mazo tiene la victoria casi en la mano y que la irrupción de Josefina Vázquez Mota fue certera y suficiente para detener el aumento de las preferencias a favor de la candidata Morena, Delfina Gómez. Sin un PRD competitivo y con un PRI complicado por temas de corrupción, Vázquez Mota se montó en el escenario mexiquense para arrebatar votos a la candidata del partido que lidera López Obrador. Si uno mira la campaña de Josefina parece que quiere todo, menos ganar. En otras palabras, el PRI necesitaba un PAN medianamente competitivo para que el voto de la oposición no se concentrara en la candidata de Morena. Una vez dividido el voto opositor, los 35 ó 40 puntos porcentuales de Del Mazo serán suficientes para ganar la elección mexiquense a pesar de la crisis económica y de legitimidad que sufre el partidazo a nivel nacional.
Por ello, si la elección en el Estado de México está fuera de peligro para los priistas, la entrega de Duarte en Guatemala no puede pensarse en términos electorales para el Estado de México. En cambio, lo que el exgobernador de Veracruz calle, diga o a lo que se le vincule tendrá una repercusión en la elección presidencial del próximo año.
En principio, es obvio que se utilizará a Duarte como misil contra López Obrador. AMLO es el puntero en las encuestas y a partir de ahora la elección de 2018 se llama “péguenle al Peje”. Los periodistas afectos al régimen ya vinculan al tabasqueño con el exgobernador de Veracruz. Dan por hecho que el principal afectado por los dichos de Duarte será el candidato tabasqueño. El mismo AMLO lo sabe y trata de vacunarse aduciendo que usarán a Duarte como espada que lo ataque. Los rumores señalan que en la elección del año anterior en Veracruz, Duarte financió a Morena con tal de no ceder la gubernatura a Yunes Linares, quien finalmente venció a Javidú. Sin embargo, el uso de Duarte contra AMLO no puede ir más allá de eso. Que se le vincule a la financiación de Morena en Veracruz es un tema que los odiadores de AMLO aprovecharán, pero no es más que una mera especulación.
Lo que está más que probado es la alianza del PAN en Veracruz con Duarte durante cinco años de su administración. Y también está documentado que instituciones federales y estatales aprobaron cuentas y acciones de Javier Duarte durante cinco años. (No debe extrañar que sus tropelías fueron descubiertas y documentadas por la prensa, que no por las instituciones del Estado Mexicano, en todos sus niveles). Es decir, Javier Duarte es un recordatorio a todos los partidos políticos: todos lo consintieron durante 5 años.
Entonces, ¿por qué Javier Duarte es una ficha para 2018?
Porque sirve al régimen para limpiarse la cara y porque sus dichos afectarán a todos, mientras que su silencio y huida sólo afectaba al PRI. Si Javier Duarte era una bomba que amenazaba al partidazo en 2018, esa bomba está desactivada. Y si Duarte quería hablar más de la cuenta, en prisión estará mejor controlado. Hablará lo que el régimen quiera que hable. Callará lo que el régimen quiera que calle.
Javier Duarte era un lastre para el PRI porque había huido, pero, como pasó con el Chapo Guzmán, el discurso cambia y ahora el PRI que se veía afectado por haberlo dejado escapar muestra como David la cabeza del Goliat de la corrupción. No importa la forma ni importa si escapó por su error: el partidazo muestra a Duarte como trofeo de la caza. Y en ese discurso, el PRI pierde menos que en el discurso de la corrupción que tenía sin Duarte en la cárcel.
Javier Duarte no es la ficha principal del 2018, pero el partidazo piensa que la idea de combate a la corrupción es más vendible con Duarte preso. El precio por su silencio y su obediencia es claro: la impunidad de los que lo rodean y las canonjías malogradas a salvo.