Los portales y periódicos poblanos son de difícil lectura: son lugares esquizofrénicos; cordones de propaganda o pasquines de golpeo. Sitios donde se dice “chana” y se dice “juana”.
Quienes en ellos escriben, en su mayoría, olvidan que son un medio de comunicación. Se comportan como instrumentos del poder, ya sea del gobierno del Estado, del diputado de moda, del empresario del sexenio, del emporio de siempre o del eterno subsecretario aspirante a lo grande que se conforma con lo chico.
La responsabilidad de este desastre es de esos periodistas poblanos que, en su mayoría, tienen una cola larga y una memoria corta. Son meretrices del presupuesto público o kamikazes de los intereses privados. No tienen voz propia, su pluma es penosa y dependiente de la voluntad del amo que les ordena, sobaja y maltrata porque les paga. Si fueran animales, no serían un león salvaje que merodea la cabaña del cazador, sino la fiel mascota a la que no se le permite ladrar.
Algunos se piensan impolutos, pero la misma semana, casi en días idénticos que sus pares a los que señalan con dedo inquisidor, recuerdan que el Presidente de San Pedro Cholula es un impresentable o que Barbosa es cacique de un partido estatal siempre menor.
Cantan cuando les dejan cantar; gritan cuando les exigen gritar; y gruñen y rebuznan cuando las naturaleza los llama.
Su constante es la descalificación o el halago. Su crítica no es tal: es espada de un grupo que ataca a otro; su defensa no es tal: es escudo falso que protege con la pluma o con el micrófono la corrupción que creen esconder.
Para ellos no hay grises. No puede haber medias tintas. Son espartanos de unos o guerreros de otros; perros de caza que del otro lado del campo sólo vislumbran zorros, incapaces de ver el paisaje y un nuevo amanecer.
En realidad no son periodistas: son guaruras de intereses privados y no policías del orden público; cadeneros de burdeles y no custodios de tesoros nacionales.
Su juego se llama sobrevivir. Son corchos que flotan en el mar de corrupción de la política poblana. Saben pegar o alabar,  atacar o defender, siempre que los centavos llenen sus arcas llenas de corrupción y escaso trabajo.
No son periodistas: son correas de transmisión que endulzan las palabras que escuchan en comilonas. No escriben notas; sólo comunican trascendidos.
Antes marinistas.
O melquiadistas.
O bartlistas.
O morenovallistas.
Hoy, galistas.
Todo, menos periodistas

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