El morenovallismo siempre estuvo en campaña.
Su elección importante será en 2018. Había jornadas electorales intermedias que cruzó con éxito y arrasando a una oposición que pareció comparsa de los intereses del gobernador Moreno Valle.
Gobernar Puebla era secundario. Muy pronto el gobernador Moreno Valle se percató de la posibilidad de cubrir un vacío de poder dentro del PAN y colarse como aspirante a la candidatura de Acción Nacional en 2018.
En la construcción de su candidatura presidencial, tres momentos son esenciales para entender al morenovallismo: el primero, cuando el PAN pierde la elección de 2012; es ahí donde Moreno Valle se encuentra como priista en el 2000: sin presidente de su partido al cual obedecer y con poder de operación al interior y al exterior de Acción Nacional. El segundo momento es el de la abjuración, un instante incómodo como lo fue para el apóstol Pedro: con la detención de Elba Esther Gordillo, Moreno Valle tiene que negar su origen y recomponer su relación con el gobierno de Peña Nieto. La fórmula que eligió fue sencilla: servir al presidente; ser un alfil más en el tablero de Los Pinos. El tercer momento surge cuando se elige a Tony Gali como su sucesor. El pragmatismo de Moreno Valle lo llevó a crear un diseño de gobierno en el que su sucesor solo durara un suspiro en el cargo. Se equivocan quienes afirmar que Moreno Valle deja gobernador; en todo caso, deja Minigobernador, lo cual, si se atiende a los incentivos que acarrean uno y otro caso, no se puede decir que sea lo mismo, aunque tampoco se le puede restar mérito.
Para desgracia de Moreno Valle, el resultado de su gobierno pende de un hilo: la candidatura presidencial del PAN parece lejana para un gobernador que cuidaba su imagen por encima de los objetivos que le beneficiaban al Estado.
Dos temas son primordiales para entender la imagen de Moreno Valle: el tema de la deuda estatal y el de la seguridad pública. Sólo Moreno Valle y su séquito creen ciegamente la idea de que sus obras se realizaron sin un peso prestado. Más aún, sólo ellos creen que es creíble la idea de que no endeudaron al Estado porque los pasivos por pagar no se llaman deuda pública; en otras palabras, quieren esconder semánticamente lo que la realidad desmentirá con cada pago que los poblanos seguiremos realizando por las obras -algunas útiles- del morenovallismo. Insistir en la teoría de la construcción sin endeudamiento es y será él caballo de batalla de Moreno Valle, a fin de distinguir su imagen de la de otros gobernadores. En un país harto de los Moreira, Duarte, Borge y compañía, insistir en el no endeudamiento no es necedad sino estrategia.
Por otra parte, afirmar que la seguridad pública en Puebla goza de salud tampoco resuelve los problemas que sufren los poblanos en la capital del Estado y en el interior del Estado. Pero, admitir que el Estado se incendia o que hay zonas enteras controladas por grupos criminales, a pesar de ser necesario para enfrentarlos de forma efectiva, echaría por los suelos la imagen de un gobernador que maneja y controla el Estado a su antojo.
Al final, en la construcción de la candidatura, Moreno Valle ha apostado más a los mitos que a los hechos. Negar aquello que afecta la imagen del gobernador ha sido una constante. Como dijo Keyser Söze: «La mejor jugada del diablo fue convencer al mundo de que no existía».
En el morenovallismo, los problemas no existen.
Para los morenovallistas, los problemas son cosa del pasado