La obra pública fue la base del gobierno de Moreno Valle. Su periodo fue de construcción en sentido literal, mas no de cohesión. Su preocupación fue construir puentes de varilla y hormigón, pero no puentes que reconstruyeran el tejido social que se había roto a partir del marinismo.

Dado que el morenovallismo no se entiende sin los contratos de obra pública, y siendo éstos el centro de suspicacia en materia de transparencia, está por demás decir que las nubes de corrupción tienden una sombra sobre el gobierno de Rafael Moreno Valle . Si a eso se añade el sobrecoste en algunas obras -en algunos casos evidente y en otros escandaloso-, la eficiencia del grupo gobernante queda en entredicho.

Para rematar las suspicacias, el morenovallismo optó por ocultar en recovecos legales los costes reales de muchas de sus obras.
¿Por qué?
Parece no haber otra respuesta que el temor a que el precio real escandalizara a sus detractores e hiciera visible algo que la oposición nunca supo aprovechar: que las obras del morenovallismo están hechas a partir de presupuestos históricos. 

Por ello, no hay forma de entender el morenovallismo sin mucho dinero, sin obras y sin opacidad en los costes.

A ello habrá que agregar la oportunidad y conveniencia de las obras y las inversiones que se han hecho en los últimos seis años. 

No se puede negar la conveniencia de contar con una inversión como la de AUDI, con un Museo Barroco o con un Centro Integral de Servicios, pero surge la duda sobre cuánto está dispuesta a pagar la ciudadanía para tener las obras de un gobierno que encuentra en el fin la justificación, olvidando que en democracia los medios importan. No basta con que las obras estén a la vista, sino que el costo (económico y social) de las mismas debe justificarse.

No se trata en exclusiva de un tema económico, sino de transparencia. El morenovallismo no se caracterizó por otorgar la información con la cual se le podía juzgar de mejor manera, criticar con mayor sustento o elogiar sin falsas demagogias. Su opacidad no se entiende si no se esconde sobrecoste o corrupción. La transparencia otorga legitimidad, pero el grupo en el poder optó por la efectividad; el relumbrón ante los medios antes que la información para la ciudadanía.
Asimismo, hay que añadir que los beneficiarios de las obras fueron solo personas del círculo cercano al gobernador. El quid de esta cerrazón es la desconfianza de Moreno Valle; desconfianza que, en materia política, tuvo un resultado inesperado para el grupo en el poder: no pudo o no supo construir un clase política. Por ejemplo, solo pudo construir una candidatura -la de Tony Gali- y nunca tuvo una baraja para escoger quién sería su sucesor y, menos aún, quién pueda competir en 2018. Además, su desconfianza era tal que el gabinete fue un carrusel en el que los mismos miembros subían y bajaban de una cartera a otra sin experiencia alguna.
Los pendientes del morenovallismo se resolverán en el largo y en el corto plazo: solo el tiempo dará la razón a sus críticos en cuanto al sobrecoste de algunas obras del morenovallismo; y, en el corto plazo, se podrá constatar algo que parece evidente: que el morenovallismo no formó una clase política con ramas de diversa índole. Si acaso, el morenovallismo fue un grupo de amigos que ocuparon puestos en distintas dependencias, pero que no trascenderán: su visión nacía y terminaba con lo aquí expuesto: un contrato de obra pública. Es por eso que un secretario de infraestructura podía ser también de gobierno o de educación o de lo que hiciera falta: su valor no estaba en su capacidad para manejar una secretaría, sino para impulsar, firmar y fondear contratos de obra pública.

Poco entendió el morenovallismo que el gobierno es mucho más que un constructor de carreteras. 

Poco entendió que la obra pública es necesaria para el desarrollo de un Estado, pero no es suficiente.

Poco entendió que el dinero, las obras y los beneficios para unos cuantos pueden ser importantes, pero que había que gobernar más para los poblanos y menos para los medios nacionales.

Poco entendió que había que gobernar un Estado y no preparar una candidatura presidencial. 
Sobre esto último versará el tercero de mis análisis sobre el morenovallismo. 

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