Alfonso Esparza ha hecho algo bueno en la BUAP: después del dispendio de publicidad y de dinero que caracterizó a la etapa de Enrique Agüera, Esparza optó por el bajo perfil.
Esa puede ser una lectura, aunque el mismo hecho puede verse desde otra perspectiva: a Alfonso Esparza lo obligaron a tener un perfil bajo, discreto, casi sumiso.
Cualquiera de las dos opciones que se imponga, lo cierto es que el periodo de Alfonso Esparza ha sido distinto, pero no sabemos si ello sea suficiente para decir que ha sido un periodo exitoso.
Los problemas se han vuelto crónicos para la BUAP: hace falta más y mejor investigación, difusión, calidad de los programas y menor burocracia universitaria. Hay un buen gasto en infraestructura, pero poca inversión en proyectos, si se toma en cuenta el tamaño de Universidad ante el que nos encontramos.
No se trata de problemas de un trienio, por lo que culpar de todo a Alfonso Esparza parece mezquino. Sin embargo, la administración de Esparza debe aún una explicación de porqué se ha avanzado de forma raquítica en los temas centrales de la Universidad.
Asimismo, cuando se observa la propaganda con motivo del tercer informe del rector, vuelven los fantasmas de la promoción política y del dispendio de recursos de manera burda, porque Esparza no ha podido quitarse la idea de que un informe de labores no debe ser un acto político, ni es un acto en el que él debe brillar. El informe de actividades debe ser un punto de reflexión para hacer los ajustes necesarios y para evaluar si los programas de la Universidad van por buen camino. Ello compete a los universitarios, aunque seguramente pasará a un segundo plano este martes cuando rinda su tercer informe de gobierno. Es por eso que el informe de labores se ha desvirtuado; ha servido para que los últimos rectores de la Universidad más importante del Estado piensen más en la política que en la Universidad.
Además, Alfonso Esparza olvida que, en el ocaso del morenovallismo, tendría que hacer un ajuste de cuentas de la Universidad con el gobierno del Estado. Nadie habla de tambores de guerra, sino sólo de delimitar el lugar que a cada uno le corresponde.
A quienes indignaba la sumisión y pleitesía de Agüera hacia Marín, se deben sentir igual de indignados ante el silencio o las loas (¡Moreno Valle sería un buen candidato!) de Alfonso Esparza hacia el gobernador.
La Universidad ha dejado de ser un espacio autónomo. Una obra, un aula, una ciclovía y el gobernador encabeza la inauguración. ¿Quisiera saber la opinión de quienes aplauden esa acción, en caso de que Peña Nieto hiciera lo mismo con la UNAM?
Parafraseando a Saramago, los aplaudidores de la actual relación del gobierno y la Universidad son ciegos que ven, pero no miran. Aún más: son ciegos que ven, pero no quieren mirar.