La visita de Donald Trump fue un iceberg con el que se estrelló el gobierno de Peña Nieto.

Una sola palabra la describe: desastre. 

Incluso a los pragmáticos y a la plumas del régimen les cuesta trabajo admitir que está fue una medida adecuada. Lo hacen, pero sin convencimiento.

La visita de Trump debe leerse con los espejuelos norteamericanos por lo que se refiere a las repercusiones que tiene en la contienda presidencial americana, pero debe observarse con anteojos mexicanos en relación a los contras que el presidente cosecha y a los objetivos que buscaba con la invitación al impresentable candidato.

 Desde el prisma de la contienda americana, Peña ayudó a Trump a lavarse la cara en términos diplomáticos y reafirmar su discurso antiinmigrante. Peña y su equipo pueden argüir que querían mostrarse como estadistas al invitar a Trump y a Clinton, pero a ojos de los americanos, dado el momento y la forma, la lectura no puede ser otra que la de un salvavidas lanzado para beneficiar al candidato republicano.

Con los espejuelos mexicanos se puede observar a un presidente al borde del abismo. Si el mexicano fuera un sistema parlamentario, ya se habría presentado una moción de censura para que cayera el gobierno tricolor. Pero en el régimen presidencialista en el que nos encontramos, las consecuencias son las presiones de títulos y troyanos, así como la crítica ácida contra el mandatario. La oposición es incapaz de articular un discurso que haga caer al gobierno que, quiérase o no, se lo ha ganado a pulso.

Desde la persrpectiva mexicana,  el problema de Peña Nieto es que está solo en un laberinto cuyo minotauro es la elección de 2018. Peña se ha entregado a los brazos del grupo encabezado por Luis Videgray para llevar a uno de los suyos al puerto de la candidatura tricolor, pero este mismo grupo le está demostrando que no lo necesita  y que si está de su lado  lo quieren debilitado.

La visita muestra un gabinete sin líder -que tendría que ser el Presidente- pero también con asesores torpes y, todo parece indicar, a quienes lo último que les importa es la imagen del presidente. Prueba de ello es la conferencia de prensa con Trump y la reacción torpe y tardía después de ella. El desastre potenciado por incapacidad o por planeación.

Como el gabinete no tiene líder, el gobierno es una caricatura. Los grupos internos del gobierno y del gabinete están preocupados por sus intereses y no por gobernar. En este entendido, el Presidente es un títere que busca apoyos y encuentra condicionamientos de uno y otro bando.

La visita de Trump muestra a un Presidente al que le mienten todos los días y a todas horas, porque lo hacen creer que una visita así puede salvar su imagen, cuando en el manual de política más elemental diría que su imagen es lo último que debe intentar con la visita de un enemigo embustero. Peña no entiende que sus asesores quieren lavarle la cara con ceniza. Y él cree que el hollín en su rostro es solo fruto del enrarecido «humor social», cuando la verdadera razón es la corrupción y la ineptitud de su gobierno, ya espontánea, ya planeada.

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