Rusia y China se han unido a través de un acuerdo comercial único en la Historia. La relación entre ambas potencias se fortalece, ahora mediante un acuerdo energético, donde la empresa rusa Gazprom es la joya de la corona y donde Pekín ha impuesto una agenda que a Rusia le conviene. Se consienten.
El acuerdo impresiona por la cantidad de dólares puestos en juego, pero es a todas luces un acuerdo más allá del gas. El botón de muestra lo han dado al día siguiente, que resulta ser hoy: han vetado en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que la Corte Penal Internacional investigue si en Siria se han cometido crímenes de guerra. No es de extrañarse: ambos países se han opuesto a una intervención en Siria, temerosos de crear precedentes cuando las protestas se presenten al interior de China o de Rusia.
El acuerdo parece sobre todo un convenio de autoritarismo. No se entiende de otra manera su negativa a la investigación en Siria. Cierto, los acuerdos diplomáticos y económicos con Siria son el trasfondo de su negativa, pero sobre todo es una cuestión política: tanto el régimen chino, como el ruso se miran en el espejo sirio. El autoritarismo los retrata y también los caracteriza. Humillan a las víctimas con el gas de fondo y el autoritarismo como base. Una desgracia.