Las mujeres del Papa                         

  

Francisco (Jorge Bergoglio) dice “sufrir”, al ver a la mujer reducida a la servidumbre en la Iglesia.

Es la declaración de un Papa mediático, que cambia el discurso, pero que sigue quedando a deber en los temas cruciales.

La última “joya” la dio este sábado, al referirse a dos peligros que ensombrecen “la función” de la mujer:

Por una parte, sostiene que “la función” de la mujer, que entiende como la maternidad, no puede reducirse a una cuestión biológica, porque debe ser entendida como función de “construcción de la comunidad”.

El mero hecho de encasillarla como sujeto de tal “función” es una discriminación importante. Lo que el Papa intenta es una reconstrucción tramposa del argumento que equipara a la mujer con la reproducción del ser humano. La mujer no puede ser sinónimo de maternidad, aunque lo diga un Papa y aunque su función no deba ser “sólo biológica”, sino de “construcción” social.  

Bergoglio encasilla a la mujer en un papel que su Iglesia se ha empeñado en definir como biológico y que ahora quiere enfocar como constructor, para darle un “matiz” moderno, acorde a esa “evolución cultural y social” que refiere, pero a la que teme.

 

El segundo peligro que advierte Bergoglio, es el abandono de “lo femenino” en aras de ocupar espacios “sustraídos” al varón. Una joya machista en tiempos de “evolución cultural y social”, que parece no haber permeado los juicios del Papa. 

¿A qué se refiere Bergoglio?

¿A la incursión de la mujer en el mundo laboral?

¿A su avance –lento- en ámbitos que históricamente sólo había ocupado el varón?

¿Qué es lo “femenino” que puede perder la mujer al ocupar “espacios del varón”?

La declaración habla por sí sola.

El Papa añora a la mujer de antes; apela a lo “femenino”.

Tres cifras pueden revelar las consecuencias de la posición de Bergoglio: En México, un 39.5% de adolecentes casadas o en unión libre sufre violencia por su pareja; un 34.9% de mujeres entre 15 y 17 años de edad declaró que había sufrido al menos un incidente de violencia por parte de su pareja; y 1 de cada 10 personas (11.5% de la población) justifica la violencia contra la mujer. En un mundo donde la mujer ha ganado terreno, aún existen muchas que sufren violencia. Su incursión en el mercado laboral, su mayor independencia económica, su mayor preparación y su mejor educación no son suficientes, pues un tercio de ellas (jóvenes) aún siguen sufriendo las consecuencias de vivir bajo los estándares rancios que el Papa añora. Las consecuencias son indignantes.

La “función” que Bergoglio y su Iglesia quieren dar a la mujer tiene un marco perfecto en esas cifras. Sólo que una sociedad democrática, de igualdad, no puede permitir la violencia que reflejan las cifras ni el encasillamiento machista que el pontífice proclama.

La sociedad que Bergoglio quiere que las mujeres construyan, a partir de la maternidad, es la misma sociedad en la otros queremos que las mujeres no sean maltratadas por sus parejas, porque la violencia es pérdida de dignidad y de igualdad.

Por supuesto que queremos que construyan una mejor sociedad, pero no a partir de su maternidad, sino del goce efectivo de derechos a partir de su reconocimiento como seres libres, iguales y con dignidad.

Bergoglio quiere mujeres que no pierdan lo “femenino”, pero otros preferimos la pérdida de todo lo “femenino” que simbolice encasillamiento, discriminación, machismo y desigualdad.

Conservar lo “femenino” es demasiado tentador para los vivales que levantan la mano contra ellas, para quienes las amenazan, para quienes las maltratan, para quienes las discriminan. Excusas sobran: “sólo fue una vez”; “no le hice daño”; “no volverá a pasar”; “las cosas van a cambiar”; y tampoco falta el síndrome de Estocolmo doméstico que justifica el machismo y la violencia intrafamiliar. 

Los datos muestran que seguimos viviendo en un país que debe cambiar esa dinámica de machismo y violencia. Es una batalla por una vida digna para todos, lejos del estereotipo de mujer que añora Francisco. Lejos de las mujeres “femeninas” que el Papa quiere recuperar.

 

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