Nosotros sí sabemos gobernar

 

El dato sobre el desempleo y, sobre todo, la falta de creación de puestos de trabajo no dejan lugar a dudas: el país navega sin rumbo. Son los ingresos petroleros los que sostienen la economía, sin que existan políticas de gobierno que le inyecten bríos para hallar un camino dedicado a la innovación, el conocimiento y la transformación de la economía, sin dejar de lado el sector primario, que es del que se han olvidado gobiernos de distintos partidos.

A esta debacle económica se aúnan dos factores importantes: el bajo crecimiento económico que tendrá el país en este 2013 (cercano al 3%) y la pobreza que ha aumentado, lo que se dará a conocer este lunes, pero que la  OCDE ya dio a conocer desde el 15 de mayo pasado: México es uno de los 16 países de la organización en los que la pobreza ha aumentado desde 2006. Y la llegada de Peña en nada cambió esa dinámica y no parece que sea una preocupación de su gobierno.

La pregunta es sencilla: ¿qué ha hecho Peña y su grupo para cambiar esta catástrofe de navegación sin rumbo?

Muy poco, parece ser la respuesta.

No existe un cambio sino de membrete y de nombres. El combate a la pobreza se estancó ante la inclusión de grupos empresariales de dudosa moralidad y el uso electorero del programa social más importante de la administración de Peña.

En esencia, no existe un programa que impulse de manera transversal los sectores importantes de la economía mexicana y tampoco programas sociales que sirvan de impulso para desterrar la desigualdad y pobreza en un país de 50 millones de pobres. Peña carece de un plan económico eficaz que permita al país crecer 2 ó 3 puntos porcentuales más y su gobierno tiene ese tufo a estancamiento económico que puede pasarle factura tan pronto como en 2015, en las elecciones intermedias.

El mito de que ellos sabían gobernar, mismo que creyó solamente quien no recuerda sus últimas tres décadas en el poder, cae de manera evidente. La economía es el botón que refleja que su política de austeridad y ahorro no está teniendo un efecto positivo. Un dato es tan preocupante como ejemplar: en el sexenio de Peña Nieto se crecerá aún menos que en el de Calderón.

De mal en peor. 

Un desastre.

 

El país está en calma

Más que un mito, es una desgracia.

Después de casi ocho meses en el poder, la realidad arrastra una y otra vez al peñanietismo que juraba dos cosas: que la política calderonista en materia de seguridad era la culpable de esta catástrofe y que una política mediática exitosa haría olvidar la inseguridad que vive el país.

Pero, una vez más, la realidad supera el discurso oficial: Michoacán es tierra de nadie y los homicidios en el resto del país son frecuentes y constantes.

La captura de capos importantes no es suficiente para frenar el oleaje de violencia en el país porque, en esencia, no se ha cambiado la política de seguridad que inició Calderón (la cual muchos consideramos errónea).

El PRI de Peña ha asumido como buena la política que criticó y sólo se ha preocupado por la comunicación de los resultados en materia de seguridad, que quiere emitir exclusivamente desde Bucarelli.

Fiel a su estilo, la comunicación es lo que importa, pero no las acciones.

Sólo que a Peña el cálculo le está explotando en las manos: la violencia no cesa. Y no cesa porque los carteles se fortalecen y el ejército sigue siendo parte de la estrategia, la policía sigue brillando por su ausencia y el mando sigue siendo deficiente.

La violencia no se detiene porque para ello hace falta poco más que sólo no hablar de ella.

El primer mito mencionado se confunde con el segundo. No es sólo que no se cambió la política de Calderón, sino que el mito del partidazo que todo lo puede se viene abajo.

A Peña la realidad le está enseñando que para gobernar hace falta más que discursos y medios.

El México de todos los días, el que sufren millones de personas, está mostrando el PRI de siempre, por más que el mandamás en turno se presente con la faceta de ser emblema de uno nuevo.

El mito cae; el país no está en paz.

La violencia es su signo.

 

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