PRI y PAN están dispuestos a llevar a cabo una reforma energética, que legitimen los tribunales (faltaba más), sin cambiar un solo artículo de la Constitución. Se tratará, en todo caso, de un fraude a la constitución para evitar el bloqueo de la izquierda que impediría una reforma de la Carta Magna mexicana y daría un golpe devastador al Presidente Peña Nieto.

Si bien es cierto que la suma de legisladores les da una ventaja para pensar que pueden impulsar una reforma de este calado, el momento no le beneficia al gobierno en turno. El pronóstico de crecimiento económico y la inseguridad como característica innegable, bien pueden esconderse bajo los recursos mediáticos de negación de la realidad, pero la ciudadanía no percibe mejoría entre este sexenio y el anterior y la época de ensueño de Peña Nieto parece llegar a su ocaso.

Asimismo, todo parece indicar que el PRD y la izquierda mexicana comienzan a ganar la batalla de la reforma energética. Ganarán la calle –eso se da por descontado- y veremos si son capaces de ganar el ánimo popular.

Lo cierto es que Peña no las tiene todas consigo. La izquierda comienza a generar la percepción de que la reforma petrolera es peligrosa y dañina para el país, lo que se ve acrecentado con el hermetismo peñanietista y su negativa a mostrar las cartas que propone para reformar el sector energético mexicano. Peña confía en el apoyo de Acción Nacional para sacar adelante la reforma y ansía la división de la izquierda, teniendo en Mancera al Caballo de Troya que la bifurque. Sin embargo, los signos que se presentan en la izquierda son de objetivos pragmáticos comunes, que ven en Peña y el descarrilamiento de su gobierno como necesario de cara a 2015 y a 2018. En ese sentido, nada más importante que la apuesta por derrotarlo en la madre de todas las reformas: la petrolera.

A Peña debería inquietarle su incapacidad para mostrarse como el líder que convenza a la población de las bondades de la reforma. Peña debe entender que la reforma petrolera exige que ésta se proponga en el momento oportuno y que él se implique como líder que lidere la reestructuración de PEMEX. Pero eso es exactamente lo que quiere evitar el Presidente y en el pecado lleva la penitencia. Peña sabe que si se muestra como líder que quiere reformar el sector energético del país, perredistas y panistas estarán dispuestos a cobrarle las facturas pendientes, pero no hay otra forma de sacarla adelante si no es con su liderazgo. La reforma, entonces, se volvería un referéndum sobre el gobierno de Peña y su desempeño. Ahí quedará marcado su periodo.

Sólo una reforma de consenso con el PRD le salvaría de salir vapuleado de manera importante. Por eso es que durante su mandato se ha dedicado a fortalecer los liderazgos de Zambrano (PRD) y Madero (PAN), pero es difícil que la izquierda y una buena parte de la derecha le faciliten el camino de la privatización, máxime cuando ni el dirigente del PRD ni el del PAN terminan por afianzarse como pilares de su partido.

Los problemas económicos son la cereza del pastel. Un crecimiento del 2.6% durante este año contrastaría con el discurso de las bondades y del manejo eficiente de la administración. Peña sabe que su discurso chocaría de forma cruda con la realidad económica si no crece a ritmo mayor de lo que venía creciendo el país con Calderón. Si no hay violencia, si hay grandes reformas, si el PRI sabe gobernar y si este México es mejor que el de hace un año, entonces ¿por qué no crece económicamente el país?

La luna de miel del electorado con Peña Nieto comienza a difuminarse.

En la reforma energética es cuestión de que el PAN y el PRD afinen la puntería.

Claro, siempre y cuando quieran apuntar al mismo objetivo. Si alguno de los dos se distrae, Peña logrará su cometido y el futuro de este país se hipotecará.

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