Caben algunos matices en el triunfalismo del oficialísimo y en la decepción de la oposición:
1. Es una catástrofe, pero el 40% no es cosa menor
Los partidos y analistas han señalado que Morena arrasó a sus oponentes, lo cual es cierto, pero tanto el oficialismo como la oposición han minusvalorado el apoyo que recibieron los partidos y candidaturas opositoras.
Si se suma el voto recibido por los partidos de oposición, sobre todo en las elecciones a diputados y senadores, es claro que un 40% de los votantes eligieron una opción distinta a Morena. Vista así, la derrota tiene algo bueno: una base nada despreciable que debe ser escuchada por oposición y gobierno por igual. Por estrategia o discurso, es entendible que Morena y sus aliados desprecien al electorado que no les votó (excepción hecha de Scheinbaum, que ha atinado en mirar a quienes no la votaron), pero lo que no puede entenderse es que la oposición no valore ese 40% que le votó y que dentro del desastre que fue la elección del pasado domingo, rescate lo más importante: más de un tercio del electorado le votó.
2. No es una aprobación a todo lo realizado
El mismo gobierno y sus actores principales han reconocido errores que no se borran con el triunfo del pasado domingo. Por ejemplo, en materia de salud es evidente que los problemas principales (de infraestructura, personal, de medicinas, y un largo etcétera) no están solucionados. Se engañan los políticos que piensan que los ciudadanos votaron a favor de Morena porque creen que tenemos un sistema de salud como el danés (para realizar el parangón con un lugar común). El espaldarazo fue a favor de un partido que los ciudadanos creen que puede realizar un mejor trabajo que los otros, pero no porque se asuman como ciertas las mentiras que el presidente difunde en sus mañaneras. Por ejemplo, este es el sexenio más violento y las mujeres siguen sufriendo por la violencia en todas las ciudades del país. Esas verdades no se borran con un triunfo o una derrota electoral
3. Las mayorías calificadas y los triunfos no son esencialmente por el trabajo de los dirigentes y candidatos de Morena
Ha hablado la ciudadanía en una elección con un porcentaje de participación bajísimo. La oposición ha sido incapaz de articular un discurso al unísono y sus dirigencias son el mejor ejemplo de partidos poco democráticos. Alguna analista afirmaba que Morena había puesto sobre la mesa la esperanza y esta habría triunfado sobre el miedo que la oposición quería impregnar en la elección.
Eso es darle demasiada importancia al bloque oficialista y también a la oposición. El oficialismo se montó en una ola y la mayoría de sus triunfos se explican exclusivamente por el arrastre de la ola morenista, provocada por múltiples factores, pero no esencialmente por la simpatía de sus candidatos o la eficiencia de sus operadores. No se gana una elección con esos números si no es a partir de un desastre opositor, la división del bloque contrario al gobierno, y una maquinaria bien aceitada, pero sobre todo a partir del convencimiento ciudadano de respaldar ciertas políticas del gobierno. Los candidatos pudieron hacerlo mejor o peor, pero los resultados no se entienden a partir de sus atributos, sino los de un aparato que funciona (legal e ilegalmente), a partir del desprecio hacia los “enemigos” de ese aparato, y de una oposición sin rumbo.
Ese balance general no aplica a todas las elecciones: hay secciones, distritos y entidades con un electorado mayor de oposición, aunque incluso en esos lugares la ola fue tal que no le alcanzó a la oposición en la mayoría de casos.
La máxima se comprueba: la elección presidencia influye demasiado en el resto de elecciones. Pensarlo al revés es darle crédito a Rocío Nahle en el triunfo de Sheinbaum, cuando la ecuación, todo indica, funciona justo al revés: los ganadores en las elecciones a gobernadores, senadurías, diputaciones y ayuntamientos se beneficiaron de la dinámica de la elección presidencial.
4. Los errores de la oposición no se opacan por los excesos de Morena en la elección
Son una misma moneda: por un lado, los partidos que entienden poco a la ciudadanía y les dan la espalda cuando más la necesitan. Son los partidos cuyos dirigentes se aseguran un lugar en el senado; son los partidos que eligen candidatos a partir de su elitismo, sin escuchar a sus bases.
Por otro lado, un partido que reproduce las prácticas del viejo PRI. Nunca se han ido los acarreos, la movilización de los burócratas, la inyección indiscriminada de dinero público. Los actores y logotipos cambian, no así las prácticas ilegales con el árbitro electoral contemplando todo sin rubor.
Son una misma moneda, poco democrática y que desprecia a la ciudadanía.
5. No somos ni éramos la democracia que unos y otros presumen o presumían
Las elecciones más violentas en la historia del país no son dignas de una democracia que se precie de serlo. El crimen organizado controla una tercera parte del país. El árbitro electoral no sanciona, no tiene la fuerza necesaria para imponer sus decisiones, y los partidos violan la ley a diestra y siniestra. No, las elecciones no son idílicas y tampoco un paseo ciudadano como lo registran muchos medios. Que intervengan millones de ciudadanos en el recuento de los votos no limpia todo lo demás: el país violento, la contienda desigual, el gobierno interviniendo de manera inequitativa. Y tampoco eso significa que la oposición tenga razón: todo lo anterior ya ocurría durante sus gobiernos. No éramos la democracia que pregonan. No somos la democracia que presumen. Lejos estamos de la mentira democrática de unos y otros.