Son los tiempos del populismo.

Las candidatas pueden decir lo que quieran. Pueden ofrecer que en el próximo sexenio un mexicano llegará a la Luna o que el país crecerá un 10% anual o que habrá una división de poderes y que respetarán a sus adversarios. Pueden ofrecer lo que sea o pueden ofrecer nada, y el resultado sería el mismo.

Son los tiempos del populismo.

La frase de Donald Trump hace cuatro años resume lo que ahora pasa en suelo mexicano. El expresidente estadounidense presumía que podía matar a alguien en la 5a Avenida de Nueva York (una de las calles más famosas y concurridas del mundo) y que nada pasaría.

Las candidatas mexicanas hacen lo mismo: pueden ofrecer cualquier disparate, pueden decir que la guardia civil estará en manos de militares o que la solución a la seguridad es crear nuevas prisiones, y todas esas ocurrencias sus votantes se las perdonarán.

Eso resume las campañas mexicanas de este 2024. No importan los programas o los esfuerzos por convencer: los prejuicios y los resentimientos pueden más que cualquier resultado y definen la elección.

¿Somos un país atípico? Lo dudo. Uno mira las elecciones en otros países y el escenario es parecido. Quienes votan a los populistas lo hacen así sea de izquierda, de derecha o una combinación rara de nacionalismo y xenofobia. Todo vale y todo se perdona, excepto entregar el poder a los “enemigos”.

En tres debates de las candidatas a presidenta de la República se escucharon ocurrencias y algunos ataques. En términos boxísticos, las críticas siempre fueron como pequeños jabs que los boxeadores sueltan a diestra y siniestra contra el rostro del adversario, pero que nunca tiene el efecto de noquearlo. Son pequeños puñetazos para marcar distancia y hacer sentir la presencia al contendiente, pero suelen ser solo el inicio de un ataque. Las candidatas, ya por el formato, ya por su incapacidad, fueron incapaces de seguir un hilo crítico durante los debates que presenciamos millones de mexicanos. Sus golpes fueron solo el inicio de un ataque mayor que nunca llegó. Un jab, dos jabs, muchos jabs, pero nunca un ataque sistemático y determinante. Nunca una crítica devastadora.

Lo peor fue la expresión continua y sin pudor de ocurrencias. Porque prometer no empobrece y las candidatas apuestan a seguir con la transformación o a llevar a cabo un cambio, aunque nunca nos dicen qué aspectos del actual gobierno cambiarían o cuál conservarían. Algo debió hacer bien este gobierno y seguramente algo debe corregirse de todas las decisiones trascendentales que se tomaron, pero las candidatas llevan al extremo su defensa o su ataque al obradorismo: o se acepta la 4T tal y como está o se rechaza sin chistar. No hay matices en sus discursos ni tampoco en sus propuestas. No hay autocrítica ni hay reconocimiento al adversario. Es sol o sombra. Según los de uno u otro bando, o se vuelve al pasado o caemos en una dictadura. Sin embargo, incluso con los 50 millones que voten a una u otra opción, este país merece más que un gobierno conservador enrollado en banderas populistas y nacionalistas, o un gobierno conservador con la careta de la sociedad civil.

Unos señalan de traidores a otros, mientras que estos los señalan como un peligro para el país y ambos se asumen como los únicos demócratas. No lo saben o si lo saben lo niegan: ambos bandos son culpables de la polarización que vive el país.

Las propuestas de las candidatas son un rosario que nada nuevo trae a la vida del mexicano promedio.

Una pregunta que surgió en el último debate resume las ocurrencias y la incapacidad de las debatientes. La moderadora preguntó: ¿Qué cambiarían del Instituto Nacional de Migración?

No hablamos de cualquier institución: de acuerdo a testimonios de miles de migrantes, agentes del Instituto de Migración los extorsionan en su tránsito por el territorio nacional. Es el mismo instituto responsable de la muerte de 40 migrantes en un incendio en Ciudad Juárez.

Ante la pregunta de la moderadora, las candidatas guardaron silencio. Nadie tenía una propuesta . Ante el silencio incómodo, solo una de ellas pidió la palabra y respondió: “Habría que transformar el instituto nacional de migración”.

Nada más. Nadie más tuvo otra idea, si acaso puede llamarse así a la respuesta de la candidata que rompió (no se sabe para qué) el silencio.

Las candidatas no saben o no dicen qué harán con esa institución que lidia con uno de los dramas humanitarios que se viven en este país.

Todo es un drama para los mexicanos, porque las ocurrencias significan que el gobierno dará tumbos no solo en migración, sino también en seguridad, salud, educación, economía y un sinfín de temas cuyos resultados son muy cuestionables durante el sexenio que agoniza.

Pero nada de eso parece importar: son los tiempos del populismo. Basta con que los seguidores crean que se harán mejor las cosas o se cambiarán o seguirán igual (¡qué más da!). La creencia es lo que vale; no importa que el camino, de uno u otro lado, conduzca a un abismo profundo.

Son los tiempos del populismo.

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