Después del debate presidencial y de las reacciones que originó, la situación es preocupante con relación al futuro del país: las candidaturas tienen alas cortas y visiones predecibles. El oficialismo vive en un paraíso y la oposición señala que todo es un infierno sin ninguna oferta atractiva, coherente y que motive a acudir a las urnas el próximo dos de junio. Ninguno ofrece un proyecto: son ocurrencias sin ejes claros.

El oficialismo se debate entre los duros de Morena y su ala más tecnocrática. El mayor problema que enfrenta la llamada cuarta transformación es de identidad: no sabe si ser de izquierda o asumirse como el partido de centro derecha que parece ser, si apoyar o no los proyectos del presidente que tienen un tamiz conservador y antifeminista, y al mismo tiempo arropa a tantos integrantes del PRIAN entre sus filas, algunos de dudosa reputación, que es cada vez menos útil su discurso en el que el PRI y el PAN son los culpables del caos que se padece en el país. Los priístas son incluidos hasta con honores en el partido político que los señaló como responsables de muchos de los males del país. A partir de distinguirse del priismo y del panismo, Morena construyó su llegada al poder y buena parte de sus esas huellas que los separaban son cada vez más difusas. 

No es casualidad la migración de priistas a Morena. El PRI es un muerto viviente que perdió más de la mitad de las gubernaturas del país en el último sexenio y, sobre todo, perdió el discurso nacionalista a manos del obradorismo. Solo quedan remiendos de lo que un día fue el partido oficial. Pero los priistas existen y están ahí, cercanos al poder y al presupuesto: no pertenecer al partido en el poder los ofusca. Si el PRI tenía como punta de lanza la aglomeración de los militares, los obreros, los maestros y los agricultores, es decir, los pobres, los burócratas y la élite militar, no sólo en los hechos, sino también en el discurso, Morena ha acaparado esa función. Morena es el nuevo PRI no solo porque algunos innombrables formen parte del partido liderado por López Obrador, sino porque engloba una serie de grupos que van desde los militares, pasando por una buena cantidad de burócratas y muchos integrantes de las clases más desfavorecidas del país, que se identifican más con el discurso nacionalista, popular, y a veces resentido, que con un discurso panista que en la realidad les dice muy poco: un discurso más “empresarial”, de emprendedores, de clases medias, y de élites que en todo caso buscan maximizar sus ganancias. Morena es el nuevo PRI porque todos caben en ese partido. Así lo decidieron sus dirigentes y solo una implosión hará reventar esa burbuja donde conviven Cuauhtémoc Blanco con Manuel Bartlett, Harfuch y Brugada, Alejandro Murat y El Fisgón.

La situación en el lado opositor no es mejor: juega al ritmo del oficialismo y el tiempo se le acaba. López Obrador y Morena saben que en época electoral necesitan adversarios, enemigos, y al estar inundados priistas, en cierta manera matizaron el discurso de grupos y dieron paso a un discurso en el que la elección se plantea como una disyuntiva entre el pasado (la oposición) y el futuro (la 4T). El oficialismodecidió poner sobre la mesa que la elección no se trata ya sobre el PRIAN y Morena, sino sobre un pasado desastroso y un futuro que puede ser mejor. En ese garlito cayó la la candidata de la oposición y ha aseverado con vehemencia que los apoyos sociales, impulsados por Morena, no se quitarán a los ciudadanos mexicanos. Xóchitl concuerda con esa política impulsada por el gobierno, pero matiza y, por ejemplo, ofrece un nuevo Seguro Popular en materia de salud. Una vuelta al pasado, lo cual es desventajoso porque pone al elector entre la disyuntiva de un futuro hipotético que puede ser mejor con Morena, y un pasado que fue malísimo (como el presente) y de lo cual existen pruebas. En cierto modo, la candidata del PRI y del PAN no deja de mirar al pasado y quiere representar la esperanza de una vuelta a ese otro tiempo donde “todo fue mejor”. A siete semanas de la elección, se ve difícil que Xóchitl Gálvez pueda dar alcance en las preferencias a Claudia Sheinbaum, no sólo por su falta de rigor en los debates (que bastantes críticas le generaron), sino porque, finalmente, está jugando en el tablero que quiere Morena. La oposición ha sido incapaz de construir un discurso de futuro a partir de demostrar el desastre del gobierno actual, y vacila entre ofrecer una vuelta al pasado con matices y rescatar ciertas acciones del gobierno. Ha sido incapaz de ofrecer proyectos que critiquen y rompan con el pasado porque la candidata y los partidos que la postulan lo miran con nostalgia.

Gálvez quiere deslindarse de los partidos que la impulsan y muestra su ambigüedad: le pesan ciertos líderes y logotipos de quienes la postulan (sobre todo del PRI) y quiere mostrarse como una ciudadana ajena a los partidos políticos. Sin embargo, sin esos partidos políticos, sin identificarse con ellos, y sin apoyarse en ellos, su camino es aún más cuesta arriba. Gálvez es una candidata de vaivenes: quiere un nuevo seguro popular, pero reniega de quienes impulsaron ese seguro popular y no se apoya en ellos.

Su ofrecimiento de futuro es un pasado matizado. Tan matizado que le escuecen las siglas de sus impulsores y acompañantes.

El escenario es ideal para la catástrofe: el oficialismo y la oposición se extravían en sus luchas internas. Poco les importa el rumbo del país.

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