Nadie puede presumir los procesos del partido oficial y de la oposición como faros de democracia. Lejos están de los ciudadanos y cerca de las élites de poder, tanto político como económico.

En Morena, el presidente del partido afirma que pronto se conocerán los resultados de la opción que escogieron los ciudadanos para “continuar con la transformación del país”. El presidente morenista asume que preguntar en una encuesta a algunos miles de simpatizantes sobre sus preferencias es un acto democrático. El voto, el programa, las definiciones, están ausentes en la campaña del partido oficial. Nada se sabe sobre las posiciones de los aspirantes, salvo que todos querían mostrarse como los más próximos al hoy presidente. Buscaban generar simpatía (que en todo caso será una de las cuestiones que mida la encuesta morenista), pero de ninguna manera puede afirmarse que hubo debate, propuestas o posicionamientos sobre lo que se puede mejorar o cambiar respecto a lo que ha realizado el gobierno.

La campaña morenista se podría resumir en la búsqueda del más cercano y fiel escudero del presidente. Sin un voto universal o de simpatizantes o afiliados, el ejercicio del partido en el poder desprecia la participación ciudadana y minimiza la elección de su candidata a una cuestión de simpatía. Como un concurso de belleza donde quien gana es quien recibe más apoyos del público que toma el teléfono y muestra su simpatía por la participante número dos, quien es la más parecida al presidente.

En la oposición, la simulación también fue una constante. Primero, porque hicieron todo un proceso para depurar el padrón que elegiría a su candidata. Un padrón que tenía ciudadanos, pero solo puros. Solo aquellos que no tenían nada que ver con Morena podían participar. Curioso: en un frente amplio, el padrón para elegir a su candidata resultaba un grupo selecto. Una cuestión justificable, pero que hasta el último momento ha servido a los partidos políticos de oposición para cerrar el paso a una participación amplia de la ciudadanía: el gran temor del frente era la intervención del gobierno que descarrilara al proceso ciudadano.

Para evitar la intervención del gobierno no encontraron mejor solución que el acuerdo cúpular. Xóchitl Gálvez es la gran perdedora de que el frente amplio opositor decidiera que no habría elecciones para elegirla como candidata, sino que bastaban ciertas encuestas que la mostraban como favorita, por encima de Beatriz Paredes, y que la decisión de los barones de la oposición era suficiente para ungirla como la favorita de la ciudadanía, que formalmente nunca se expresó.

¿A quién perjudica estos procesos de simulación democrática? Al ciudadano, por supuesto, porque los partidos siguen siendo el club de los impresentables que reciben carretadas de dinero pero que nunca tienen que enfrentar el voto del ciudadano como instrumento que apruebe o desapruebe su actuación. La vida interna de los partidos está vedado al escrutinio ciudadano.

Para Morena, es una emulación de lo que tanto criticó: el dedazo como proceso de simulación ahora le da paso a la encuesta como nuevo instrumento de simulación, pero que encierra, como siempre, un proceso donde solo se impone una voluntad: la del presidente.

Quien peor sale parada de todo el show mediático y poco democrático es la oposición. Dos razones principales: solo una avalancha ciudadana sacará a Morena del poder, pero la avalancha no puede comenzar con un portazo a la participación de esos mismos ciudadanos que tanto necesita. En segundo lugar, porque quienes eligieron a Xóchitl como candidata son los más impresentables: los líderes de los partidos. El líder del PRD, que está a punto de dejar de existir; el líder del PAN, que es incapaz de liderar y que justifica sus decisiones en el talante autoritario del presidente de la República, y el presidente del PRI, quien -está de más decirlo- se caracteriza por su misoginia, su debilidad ante el poder y sus sumisión a Palacio Nacional. A Xóchitl, a final de cuentas, la encumbró el acuerdo del trío miseria: un grupo de impresentables que han perdido -en los últimos 4 años- la mitad de gubernaturas que se han disputado en el país. Un escenario poco democrático y demasiado sombrío para una oposición que necesita a la ciudadanía que durante su proceso ha despreciado tanto como el oficialísimo.

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