Las mujeres marcharon. Mujeres de todos los estratos sociales reclamaron al gobierno más seguridad. Lo curioso es que muchos medios de comunicación se desgarran sus vestiduras decimonónicas porque el monumento a los héroes de la independencia quedó grafiteado o porque se rompieron cristales de una estación de metrobús. Cuestiones indeseables, por supuestos, pero en el contexto de desesperación en que se dio la marcha, poner la atención en algo tan menor resulta mezquino.  ¿Había que poner la atención en el grafiti y no en la diversidad del grupo que marchaba? ¿Por qué rebajarlas a “cientos” de mujeres, como si el número diera cuenta de sus argumentos o como si reafirmara la veracidad de la inseguridad que sufren? ¿Por qué no enfocar la cobertura en el grito desgarrador que produce la marcha de una comunidad que se siente desesperada, pues es mayoría, pero se encuentra en la posición más vulnerable?

 

El reclamo es legítimo porque las mujeres –de todas edades y clases sociales- salen de sus casas y no vuelven. Es necesario porque cualquiera las trata como objeto y porque hay una muerta cada cuatro minutos en un país que gasta millones en políticas de seguridad pública ineficaces. Reclaman más seguridad porque en este país las mujeres se entierran fácilmente y la consciencia social susurra los crímenes de cada una de ellas. El reclamo es válido, justo, inapelable, porque se ha normalizado su desaparición desde las muertas de Juárez hasta nuestros días. En el reclamo de los grupos feministas se resume la historia de los últimos lustros en el país: no pasa nada y no hay responsables.

 

Ningún gobernante ha dejado de lado su miopía ante los reclamos. Hoy, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México siente que las protestas son provocaciones, pero el miedo al ridículo y a enterrar su carrera política le ha hecho “rectificar” y establecer mesas de diálogos para que se lleguen a tomar mejores medidas. Sin embargo, la posición de la Sheinbaum sigue siendo errónea. A este país le sobran diálogos, por lo que a feminicidios se refiere. No se necesita dialogar, sino actuar. ¿Qué se dialoga cuando encima de la mesa hay casos de mujeres violadas por elementos de seguridad pública? El diálogo puede ayudar al entendimiento de los esfuerzos que el gobierno realiza, pero sin éxito en sus políticas, cualquier diálogo termina siendo exasperante.

 

Aunque el tema no es nuevo, parece que todo nació ayer y ahí es el error en la lectura por parte del gobierno. Las encuestas terminan por ser reveladoras: este es un país homófobico, racista, clasista y misógino. Para cambiar eso, lo primero que los gobernantes deben entender es que las medidas en el corto plazo deben ser paliativas y eficaces, pero que las verdaderas respuestas se encontrarán más allá de su sexenio. Es claro que los gobiernos de Morena no son culpables del cúmulo de muertes atroces, violaciones, vejaciones y maltratos que las mujeres han sufrido durante décadas, pero tanto Sheinbaum como AMLO tendrían que entender que al iniciar sus respectivos gobiernos asumían activos y también deudas y obligaciones que a la población hoy no le importa quién las originó, sino cómo se resolverán. Una de estas obligaciones es la inseguridad que azota a las mujeres. La única ventaja en este panorama poco alentador es que el problema está encima de la mesa y es momento de orillar a los gobiernos de todos los niveles a tomar nuevas medidas, serias, efectivas y fuera de la promesa eterna de que “pronto” mejorarán las cosas. Las cosas no mejorarán pronto y lo sabemos. Cambiar una sociedad requiere tiempo y esfuerzo. Pero la sociedad merece, necesita y reclama acciones que tiendan a resolver el problema, no a encontrar justificaciones que suenan a excusas.

 

Es la primera vez que las mujeres están en la posición de delinear la agenda política del país. Ese, tal vez sin saberlo, es el cambio político esencial en nuestros días. Las razones son diversas, pero incluso en la tragedia más desgarradora en la que se han encontrado desde la revolución –dado el número de muertas y desaparecidas- puede dilucidarse una esperanza en la noche oscura del país: es su desesperación la que puede mover al país. Su sed de justicia. Sus ganas de vivir. Es su tiempo. Lo tomarán con grafitis y rompiendo cristales. Más vale que la sociedad deje de asustarse.

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