El país se mira en un espejo roto con la construcción de un aeropuerto. Razones hay para preferir su construcción en un lugar distinto a un lago. Razones también para dudar de una inversión millonaria que crecería hasta alcanzar niveles insospechados, si se atiende a su oscura proyección y a su ya disparado costo.

Por supuesto que los aeropuertos son de vital importancia para la economía de un país, pero distan de ser el factor principal por el cual haya turistas, inversionistas o el comercio se dispare. Alrededor de la Ciudad de México existen al menos cuatro aeropuertos que, con las condiciones óptimas, serían suficientes para impulsar el desarrollo de una región. Pero estamos en épocas de centralización (la que en muchos aspectos nunca hemos abandonado) y creemos que todo debe estar en la capital de la República o a sus afueras.

Los ejemplos en el mundo no valen para quienes se empecinan en la opción de Texcoco. Y los riesgos no parecen sopesados por quienes impulsan la opción de Santa Lucía. 

Lo único claro es que  la lucha del aeropuerto es la primera gran disputa de los grupos en el poder. Quienes apuestan por Texcoco lo hacen pensando en lo invertido y en la seguridad de los inversionistas que no pusieron su dinero, sino el de las pensiones de los mexicanos (Slim dixit). Quienes defienden la opción de  Santa Lucía, de pronto omiten contestar las preguntas sobre la construcción per se, y los nuevos contratistas que habrá en la propuesta del Presidente electo, López Obrador. 

A quienes defienden la opción de Texcoco y se preocupan por los inversionistas, no les falta razón cuando afirman que apartarse del camino propuesto por el gobierno peñanietista puede ser una mala señal para los mercados. Solo que no es la señal catastrofista que quieren poner sobre la mesa. Les preocupa el nivel del dólar y no les falta razón, pero resultan ser los mismos personajes que veían la “fluctuación” del dólar en la era peñanietista (desde los 11.50 hasta los 19.50) como algo normal y que afirmaban que la economía mexicana iba viento en popa. O son los mismos para los que la cancelación del tren México-Querétaro fue anecdótico. En su discurso hay una falta de coherencia que solo ellos ignoran o quieren ignorar.

A quienes defienden la opción de Santa Lucía tampoco les falta razón: los contratos en Texcoco son oscuros, las donaciones de tierras sospechosas y los contratistas de dudosa buena voluntad. 

Pero los errores de Texcoco no son las virtudes de Santa Lucía. Esta sigue siendo una opción de dudosa viabilidad, entre otras cosas porque los argumentos a su favor no han sido bien comunicados y la discusión se ha centrado mucho más en los instrumentos para tomar la decisión que en la decisión misma. 

Si a la opción Texcoco le hacía falta transparencia, a la de Santa Lucía le hace falta claridad.

Lo más preocupante es, precisamente, que se ponga tanta atención a la construcción de una terminal aérea. En medio de esta tormenta en un vaso de agua, la migración es un drama que parece incontrolable, el narcotráfico sigue rampante, el desempleo no encuentra salidas dignas, la economía formal sigue sufriendo bajo la asfixia del SAT -incapaz de fortalecerla en lugar de castigarla-, la ciencia e innovación siguen sin ser tema prioritario y ni hablar de la pobreza que la mitad de la población padece.

La izquierda ha elegido incorrectamente el primer tema que el gobierno de AMLO abordará, ya que se asimila a las políticas neoliberales que han dominado los últimos lustros, las que creyeron que progreso y construcciones de hormigón eran sinónimos, lo que no es sino creer que las instituciones se construyen con edificios y no con políticas (y en algunos casos también con edificios)

Así, la política del Estado constructor sigue discutiéndose. Por donde se le vea, es una lástima para el país y para sus ciudadanos. Que los problemas nacionales se centren en la construcción de un aeropuerto tal vez demuestre que no tenemos conciencia de los problemas esenciales de la nación. Tal vez demuestre que no queremos debatirlos. O, a lo mejor, que somos incapaces de ello. De cualquier forma, esconder la cabeza mientras pasa el vendaval no ayuda mucho a resolver los problemas principales de México. En todo caso, los agrava.

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