Antes se opusieron a un recuento total en los Consejos distritales, pero eso ya lo olvidaron. Decían que era desconfiar de los ciudadanos. Se oponían con el ahínco de inquisidores.
Pero hoy festejan.
Los integrantes del equipo de Martha Erika Alonso y los periodistas del régimen morenovallista se alegran por la decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) de abrir los paquetes y realizar un recuento total de la elección a gobernador en el Estado de Puebla.
¿Por qué festejan?
Si hubo fraude, la razón solo puede ser una: festejan porque las boletas coinciden con las actas. O al menos eso dicta cualquier lógica electoral, fraudulenta o no. Si no lo hubo, se alegran porque creen que un recuento «limpiará» la elección que está manchada como la elección salinista de 1988
Sin embargo, si los votos contenidos en los paquetes coinciden con la votación real que se emitió, esa es una cuestión distinta y que ahora mismo no está sobre la mesa ni en el recuento ordenado por el TEPJF ni en el recurso que está decidiendo.
Si existió algún fraude, sería burdo que hubiesen cambiado las actas sin modificar las boletas contenidas en el paquete. En otras palabras, las boletas contenidas en los paquetes tienen que coincidir con las actas, porque de lo contrario el fraude sería de proporciones estúpidas.
Es por eso que la impugnación de Morena en ningún momento se ha basado en la coincidencia entre actas y boletas contenidas en los paquetes, sino que, alegan, hubo votos que no se contaron (porque no aparecen) o que en algunos casos las urnas se inyectaron (se metieron votos a favor de Martha Erika que no fueron verdaderamente emitidos por los electores). Eso, obviamente, no se demostrará con un recuento.
El nuevo conteo arrojará qué tan fina fue la operación morenovallista. Si la operación fue hecha con minucioso cuidado, como muchos sostenemos, las boletas y las actas coincidirán y la ventaja de Martha Erika se confirmará, aunque eso está lejos de ser suficiente para considerar que la elección poblana fue limpia.
¿Cómo justificará el Tribunal Electoral local o el Tribunal Federal la intromisión de las instituciones del Estado para favorecer el triunfo de Alonso de Moreno Valle?
Ya lo adelantaron los magistrados del Tribunal Federal, al afirmar que el árbitro no ayudó a dar certeza y abonar a la legalidad de la elección. El fraude está por probarse (o no, porque es harto complicado), pero lo único claro hasta ahora es que las irregularidades fueron toleradas o alentadas por una autoridad totalmente favorable a la candidata del PAN.
Las irregularidades van mucho más allá de una operación aritmética.
De eso no quieren hablar los comentaristas, periodistas y los medios morenovallistas, y ni qué decir del equipo de Martha Erika Alonso.
Para ellos, la cuestión es ahora una simple suma de votos.
Para otros, la elección no cumplió con estándares democráticos.
Que Morena lo pueda probar es cosa distinta.
Que el TEPJF lo avale es también una cuestión aparte.
Pero las percepciones crecen en el sentido de que esta elección es digna de un Estado autoritario. Sólo en ese contexto se entiende una elección con balazos, con robo de urnas, con actas alteradas, con necesidad de un recuento total, sin autoridades imparciales.
Una elección digna de la Ley de Herodes.
La ley de Moreno Valle
Tiempo extra
El periodista Mario Alberto Mejía respondió a mi anterior colaboración, sólo que no encuentro réplica a mis argumentos, sino alusión a mis gustos poéticos y a un respeto mutuo.
Yo afirmé que sus comentarios eran clasistas, y el poeta revira que los míos también lo son, cuestión que está lejos de ser cierta. Al poeta de Huauchinango parece molestarle su origen serrano, porque cuando afirmo que es un poeta de Huauchinango o poeta poblano, no hago sino describir un hecho cierto. Nació en esa localidad de la sierra. Aludir a su origen -real, cierto, comprobado- no es ofensivo. Tal vez Mejía quisiera que le dijera «poeta parisino», pero la sierra tiene encantos distintos a la ciudad de Victor Hugo.
Sin lógica alguna, Mejía me compara con José Juan Espinosa -ese adalìd del chapulinismo-, pero nada dice de su clasismo al criticar las vestimentas de los diputados de Morena, en contraposición con los trajes Brioni, las corbatas Hermes y el perfume Chanel de Aguilar Chedraui o de Franco Rodrìguez (Los Winston Churchill y Anthony Eden del morenovallismo). Para «el poeta de la pluma» (como lo bautizó algún gobernante) eso parece ser relevante. Para mí, tan patéticos son Franco y Aguilar Chedraui, como el citado Espinosa.
Yo critico a ambos.
Mejía es incapaz de tocar a los morenovallistas.
He ahí, alguna de nuestras discrepancias.
Por último, termina su réplica con una traducción pésima de un poema de Elizabeth Bishop (One art). El poema se lee así (lejos de la versión utilizada por Mejía):
“…—Even losing you (the joking voice, a gesture
I love) I shan’t have lied. It’s evident
the art of losing’s not too hard to master
though it may look like (Write it!) like disaster.”
Mejía asume que el último verso significa: «Es cosa de acostumbrarse: no, no es para tanto», cuando en realidad Bishop quería poner énfasis en la desazón, el desastre de perder al ser querido.
Pero el desliz de Mario Alberto me da pie para afirmar que el morenovallismo se parece a su poeta: para ellos esta elección y su legado no es un desastre, sino que “no es para tanto”.
Allá ellos y sus elecciones.
Allá ellos y sus traducciones.