Tony Gali es un cero a la izquierda.

El morenovallismo se lo ha hecho ver sin contemplación, mientras que la realidad se lo recuerda a cada momento.

Salvo la prensa morenovallista, asidua a los aplausos hacia su líder, muchos imaginaban que Gali tendría un poder acotado durante su sexenio, pero pocos pensaban que su poder sería caricaturesco.

Se lo hizo saber Moreno Valle durante la campaña donde, juran los entendidos, el estratega era el exgobernador, aunque el que pagaba las facturas era el actual mandatario.

Se lo recordó la esposa de Moreno Valle, quien lo presionó hasta el último momento para mover piezas a su favor sin nada a cambio.

Y la realidad se ha encargado de recordárselo con noticias poco esperanzadoras: tomas clandestinas, el crimen organizado superando al Estado y la seguridad rampante son la constante de un gobierno que ha sido un simple gestor. Un gobierno que no gobierna.

Gali se ha convertido en un gobernador cien por ciento reaccionario: el gobernador que espera instrucciones, que busca a los legisladores, que acata, que se somete, que a ratos de acuerda de jugar a la política y que, incluso, sufre el desdén de los medios que ahora ponen su atención en el Congreso que ha cambiado de manos, y que lo olvidan en el ocaso de una mini gubernatura destinada al ostracismo.

Morena ha declarado la guerra al morenovallismo y el congreso es la plaza donde dirimen sus diferencias porque, en última instancia, el gobernador ha perdido interlocución. Gali nada decide y poco negocia.

Gali está ausente.

Y no se da cuenta.

Puede resultar siendo el damnificado de la cerrazón de Moreno Valle y la sed de venganza de la oposición.

Y no se da cuenta.

Pensó que gobernar era administrar tiempo mientras hacía crecer sus negocios y los de sus hijos, pero la política lo ha superado.

Y no se da cuenta.

El gobernador está rebasado porque le falta la batuta en un momento clave: en el que tiene que decidir si aporta algo a la democracia poblana o pasa a ser una más de las almas viles que han maltratado a Puebla, convirtiéndola en guarida de hienas y fuente de traidores. Hienas del presupuesto y traidores de la democracia

Los periodistas y sus aplausos

Raro.

Todo lo que se hace en el congreso poblano es ahora objeto de dardos críticos (y clasistas) por parte de los medios que han aplaudido a Moreno Valle y su séquito durante los últimos años.

Por ejemplo, uno lee a Mario Alberto Mejía (de los pocos morenovallistas que se pueden leer) y parece que antes de Biestro y José Juan Espinosa se sentaban en el Congreso poblano Winston Churchill y Anthony Eden, cuando en realidad eran Franco Rodríguez y Aguilar Chedraui. Los nombres hablan por sí solos.

El poeta de Huauchinango critica los perfumes y las vestimentas de los diputados de Morena que hoy son mayoría. El morenovallismo retratado en su periodista con mejor prosa: ha pasado de ser crítico de Marín a aspirante a Joan Rivers.

Y ni hablar del periodista Arturo Luna (el otro morenovallista a quien de pronto vale la pena leer), que alaba las dotes políticas del gobernador porque acuerda una reunión con los diputados de la nueva legislatura. Léase: lo ordinario se vuelve extraordinario cuando lo realiza un morenovallista. Un aplauso al gobernador por sus dotes de estadista.

Que Televisa lo redima.

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