Ser enemigo del PRI es requisito sine qua non para cualquiera que aspire a cambiar el país. Pero después del necesario antipriismo, la decisión de identificar a un adversario como López Obrador y describir sus debilidades se vuelve tarea difícil si las debilidades del contrario son las propias.
De ahí las dificultades de Ricardo Anaya.
Anaya es producto de un autoritarismo al interior de Acción Nacional que desterró cualquier disenso. La Historia muestra que López Obrador convivió con las fuerzas de su partido (el PRD) durante dos campañas políticas (2006 y 2012) y llegó a acuerdos con todos, incluidos los impresentables Chuchos o el ex jefe de gobierno de la ciudad de México, Marcelo Ebrard, a quien convenció de hacerse a un lado para continuar su búsqueda por la presidencia de la república. López Obrador, para bien y para mal, consolidó su posición dentro de un partido político sin aplastar a los demás, tanto que los Chuchos se hicieron con el partido y las ambiciones de ellos y de López Obrador fueron incompatibles a partir de su derrota en 2012.
Anaya no es así.
En menos de dos años, Anaya ya se había deshecho de Madero, Moreno Valle y Margarita Zavala. El joven salió un priista autoritario con cara de panista. Su idea estaba lejos de la que Acción Nacional pregonaba hasta hace poco: ser un partido democrático, no de facciones, no de hombres, sino de su militancia. Anaya desapareció de un plumazo los años de historia de un partido que trataba de limpiarse la cara con sus procesos internos. La democracia no tiene cabida en el PAN de Anaya y pocos lo pueden negar.
Además, una investigación de la Procuraduría ha puesto en evidencia negocios grises del candidato panista. ¿Se trata de una embestida del grupo político en el poder que está usando las instituciones como mejor le conviene? Por supuesto. Eso no debería sorprendernos. Lo han hecho para ocultar casos, para olvidarlos o para crearlos. Lo que es sorprendente es que Anaya aún no muestra de forma clara que la embestida no tiene sustento. Sus explicaciones son políticas, pero de ninguna manera desvirtúan el recorrido de un dinero que parece haber sido lavado en su beneficio.
Pero no todos le piden transparencia a Anaya. Le exigen empatía a AMLO para que condene el uso de una institución que a él ya lo perjudicó en el desafuero de 2004. Lo curioso es que, quienes hoy exigen esa empatía, antes condenaban el «autoritarismo» de López Obrador cuando mandaba al diablo a estas instituciones, que funcionan como oficialía de partes y garrote político.
Y esos mismos analistas y periodistas no levantan la voz ni lanzan un ultimatum a Anaya. La razón es doble: Anaya es el candidato con el que simpatizan y, si Anaya cae, López Obrador tendría más de medio bocado electoral en la boca -su peor pesadilla.
Ellos, los que señalan el populismo, el autoritarismo y la intolerancia sólo en el ojo de AMLO, no saben ver esas mismas características en Anaya, que vocifera que va a echar al PRI de Los Pinos, que metería a la cárcel al presidente o que el cambio es eminente. Sin propuestas concretas. Sólo con discursos.
¿Acaso eso no es populismo?
¿Acaso no hay una falta de ideas en la campaña de Anaya?
¿Acaso no todo lo apuesta a la imagen desgastada del PRI, la imagen del peligro de AMLO y la imagen del joven maravilla?
Eso es populismo, pero muchos no lo ven. No aprecian que Anaya es intolerante, autoritario y traicionero.
¿Cuándo se darán cuenta?
Con Peña Nieto les tomó más de tres años abrir los ojos. Sólo entonces se dieron cuenta que el nuevo PRI no era más que el viejo PRI.
¿Cuándo se darán cuenta que el PAN de Anaya no es el PAN?
Hoy en día, Acción Nacional, el partido de Anaya, está más cerca de lo peor del PRI y de lo peor de AMLO. Del autoritarismo y del populismo.