Una de las aseveraciones más comunes de AMLO es que el PRI y el PAN son dos especies idénticas; partidos políticos con fines similares que se camuflan en aras de conservar el poder y distribuir la riqueza entre sus élites. Que se han confabulado en los últimos años sin tomar en cuenta el interés general.

Si lo que dice López Obrdor es cierto, José Antonio Meade simboliza a la perfección la conjugación de dos partidos políticos que han gobernado México desde el inicio de la transición, pero que han sido incapaces de consolidar una democracia. Y si los votantes de esos partidos son la mayoría del electorado, las posibilidades de que Meade sea presidente son serias. Meade tiene un amplio margen de crecimiento, que sólo se ve ensombrecido por el hartazgo ciudadano que puede pasarle factura al PRI en las elecciones de 2018, aunque ese hartazgo suele ser olvidadizo (las intermedias de 2015 y la elección del Estado de México son un claro ejemplo).

Meade, está dicho hasta la saciedad, ha trabajado con tirios y troyanos, pero más bien parece que sólo son tirios o sólo troyanos. El equipo económico que ha dirigido las finanzas del país durante los últimos treinta años ha sido el mismo, porque cree en los mismos valores y tiene la misma idea del mercado y del papel diminuto del Estado. Entre ellos son amigos. El impasse zedillista hizo cambiar algunos nombres, pero no la idea: el desmantelamiento del Estado que da paso a las «bondades» de un mercado que quiere amplias libertades e intervención mínima (pero garantista para sus intereses) del Estado. Son economistas que adoraban a Alan Greenspan -con los resultados que el 2008 trajo al mundo.

Esos economistas neoliberales han conducido las finanzas y dos de ellos -Salinas y Zedillo- dirigieron ya no sólo la economía, sino la política del país. Meade aspira a ser el tercer tecnócrata puro que arriba a Los Pinos y pretende poner en marcha un plan que consolide las reformas de Peña Nieto. En otras palabras, Meade no es un cambio, sino es la misma receta de hace tres décadas. No llega para transformar, sino para continuar.
La diferencia respecto a sus antecesores es que José Antonio Meade convence a unos y otros, a priistas y panistas. La razón es doble: ha trabajado con gobiernos de ambos partidos -es una persona leal a su jefe- y encanta a los dos partidos porque la postura de ambos tiene más coincidencias que divergencias. Son los partidos que han acordado la mayoría de reformas de gran calado desde hace treinta años y son los partidos que en los últimos quince años han regenerado la burocracia mexicana para que siguiera igual de ineficaz que durante el priato, pero con nuevos nombres y con la aspiración de transición democrática que se diluyó con el paso de los días. Si esa aspiración necesitaba un clavo más en su ataúd, lo encontró en el bochornoso espectáculo priista de este lunes 27 de noviembre. No fue sólo un destape del siglo XXI con tufo del siglo XX, sino que simbolizó el entierro de una época y la vuelta a la política de hace veinte, treinta o cuarenta años.

Bochornoso fue también el seguimiento de algunos medios y las opiniones de muchos periodistas. Su nostalgia por el dedazo, sus nervios ante la inminente unción del tapado, sus porras o su franca postura pro-Meade fue escandalosa. La transición trajo aires de cambio, pero algunos medios siguen siendo igual de rácanos que el dinosaurio priista.

Para algunos medios, ahora resulta que Meade es algo más que un estadista: para ellos es también la esperanza. Olvidaron que el mismo grupo que hoy ofrece un nuevo líder, es el grupo que dijo que México iba a ser una potencia mundial, o que México iba a ser una democracia, o el grupo que dijo que éste era un nuevo PRI.

La esperanza de la que hablan murió en gran parte con  la violencia, la inseguridad, los procesos electorales o el crecimiento económico que poco ha beneficiado al ciudadano mexicano.

Esa esperanza, ese anhelo de democracia que aún le queda a los mexicanos, no la puede encarnar quien es un paradigma de la élite que ha implantado políticas y directrices que no han funcionado durante treinta años.

No las puede encarnar el amigo de Videgaray.

No la puede encarnar el ungido de Peña.

No la puede encarnar el cuatro veces Secretario con resultados mediocres.

No la puede encarnar quien es un excelente servidor público del gobierno más corrupto en la historia reciente del país.

No la puede encarnar el PRI

No la puede encarnar el PAN.

No la puede encarnar un tecnócrata.

No la puede encarnar Meade, por más que los medios quieran vender al señor estadista, José Antonio Meade.

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