El resumen del circo puede ser el siguiente: un juez ofende a una chica, la llama «puta», el acompañante de ella discute con él, se golpean, el juez pierde una oreja en la riña con el joven -que será conocido como el «Tyson poblano»- y se enfrascan en dimes y diretes de leguleyos que (todo parece indicar) terminarán en un arreglo para que el juez no pierda el trabajo, y el «Tyson poblano» no termine en prisión.

En este juego del más fuerte, la afectada parece que nunca contó. Nadie la ha visto, nadie conoce su versión, nadie sabe lo que quiere, y nadie nunca le preguntó si pudo haber un método distinto de defensa frente a las ofensas del juez. Nunca se supo si ella denunció al juez y si esa denuncia la continuará hasta sus últimas consecuencias. En otras palabras, si su voluntad cuenta.

Pocos saben su nombre y para la mayoría su opinión es hoy intrascendente. El centro de la discusión se volvió el encarcelamiento del mocha orejas y el derecho de  la víctima se volvió secundario cuando, en realidad, la chica es la única víctima en todo este embrollo porque nadie tiene derecho a agredir a otra persona, a llamarla puta, a ofenderla, y que no haya consecuencias. Lo triste es que tal vez ella ni lo sepa, y si lo sabe lo calla.

Todo se volvió una pelea entre machos, que está lejos de ser un referente para hacer respetar el honor de una dama. ¿Acaso es necesario mocharle la oreja a una persona por llamarle puta a su acompañante? No me extraña la justificación que se ha dado al hecho, pero la realidad es que el juez y el joven demostraron que esta sociedad -en muchos sentidos- se sigue conduciendo por ciertos instintos animales, en los que golpearse y casi matarse se considera una solución.

Desde el punto de vista institucional, la actuación del  Poder Judicial poblano ha sido lamentable . A través de su presidente y de una carta infame del consejo de la judicatura local pidieron a otras instancias investigar los hechos. Dentro, los jueces lo tienen clarísimo: aquí no pasó nada. El mensaje es prístino, aunque también es desconcertante: mientras no esté en horario de oficina, el juez no es responsable.

La carta del consejo de la judicatura es vergonzosa porque deja en la fiscalía la decisión sobre el correcto o incorrecto actuar del juez. Sin embargo, el consejo pasa por alto que la fiscalía persigue delitos, mientras que es el propio consejo quién debería investigar y decidir las sanciones administrativas y éticas en las que incurra un funcionario del poder judicial. Todo hace suponer que la omisión del consejo no es de olvido, sino de encubrimiento: el juez es «uno de ellos».

Por su parte, el Presidente del Tribunal  alegó el horario burocrático del juez para exculparlo, desconociendo  la ley y la constitución: el juez es funcionario dentro y fuera del juzgado, tanto que puede actuar como tal en múltiples ocasiones fuera del juzgado y fuera de su «horario». Que tiene un «horario de trabajo» y un ámbito privado es cierto, pero que debe comportarse como juez dentro y fuera del juzgado es lo menos que se espera de un funcionario que tiene como encomienda dirimir conflictos, no provocarlos. El Presidente del Tribunal Superior de Justicia de Puebla y el Consejo de la Judicatura poblano le deben a la sociedad una explicación importante: cuál es el modelo de juez que se quiere en la entidad. La mujer del César debe serlo y parecerlo. El juez, entiende  la judicatura poblana, sólo es, y si no lo parece no importa. Las consecuencias son enormes: la minusvaloración del juez como garante del Estado de derecho, como personaje que decide el cumplimiento de la norma no porque sea un tecnócrata con conocimientos para su interpretación, sino porque está moral y éticamente preparado para hacer valer los derechos de los integrantes de la sociedad.

Los medios, ni qué decirlo, estaban encantados con el espectáculo: circo, maroma y teatro. Fuera de sus radares estaba una solución al problema: el respeto a las mujeres en cualquier lugar y sin la necesidad de un pleito de machos y, menos aún, de un mocha orejas. La discriminación y los feminicidios siguen siendo una constante y a ello se ha puesto poca atención. Los medios quieren sangre y la tuvieron; quieren un juego de poder y lo tuvieron; quieren una víctima a la que están acostumbrados (un macho) y la tuvieron. De la chica pocos se ocuparon. También para ellos la víctima era el encarcelado, no la mujer que recibió los insultos.

Para los medios e incluso para una buena parte de la sociedad, la solución a golpes sigue siendo inevitable. Y ahí radica nuestro mayor problema porque, en esa lógica, siempre ganará el más fuerte y no quien tenga la razón, que queda marginada cuando un juez impresentable y machista ofende y un mocha orejas decide defender de la peor manera el derecho de una persona: con violencia.

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