
Estoy seguro que los equipos que han ganado la Eurocopa y la Champions este año son justos vencedores, pero no quiere decir que sean los que mejor fútbol practican.
Para decirlo con más claridad: si fuera hincha del Madrid, me gustaría que ganara, pero jugando como jugaba el Bayern de Guardiola. Si fuera portugués, me identificaría más con mi equipo si aspirara a jugar como la España de Del Bosque o la Alemania de Löw.
Para los pragmáticos no hay medias tintas: ganar es el único objetivo y el espectáculo puede dejarse de lado. Un entrenador mexicano lo dijo de manera contundente: «si quieren espectáculo vayan al circo».
Pero resulta que el fútbol no siempre se mide por los éxitos. Cruyff nunca ganó una copa del mundo, pero cambió la historia de este deporte con su genio desplegado de manera singular en Alemania 74. Y qué decir del Brasil del 82, probablemente el mejor equipo que se ha parado en un campo de fútbol.
El Milán de Sacchi y Capello ganó las mismas copas de Europa que el Madrid de Jupp Heynckes y Vicente del Bosque, pero el sello que dejó el equipo italiano en el fútbol es incomparable, por más que tres copas de Europa sean eso: tres copas de Europa.
Es normal que los críticos del Bayern de Guardiola, de la España de Del Bosque, de la Alemania de Löw se regodeen con las derrotas de esos equipos, pero se equivocan: jugar bien no significa ser infalible, por lo que una derrota no demuestra la inoperabilidad del modelo, sino que, en todo caso, muestra sus falencias. En el fútbol es claro que todo equipo, incluso el Brasil de Zico y Falcao, puede caer ante un rival sólido, con las ideas claras y en un buen día.
Luis Aragonés propuso una nueva forma de entender el fútbol a partir de la tenencia de la pelota y los pases cortos al compañero que se movía para desmarcarse. Idea básica del fútbol, pero pura, sencilla e inigualable, desplegada de forma magistral por primera vez en una semifinal de la Eurocopa contra Rusia, donde el segundo tiempo es para enmarcar por la belleza de juego del equipo español.
Nunca un club de fútbol ha dominado tanto como el Barcelona de Guardiola secundado por Luis Enrique, y nunca una selección ha dominado de forma tan avasalladora en el fútbol moderno como la España de Luis Aragonés y Vicente del Bosque, cuyo modelo logró dos copas del mundo: con España en 2010 y con Alemania en 2014.
Ese juego menos rácano y más espectacular, a partir de la idea básica de Luis Aragonés, puede que haya llegado a su fin con la salida de Guardiola del Bayern, la salida de Del Bosque en España y la presión incesante de los alemanes para que Löw deje de lado su experimento y vuelva al modelo alemán tradicional.
No es que los pragmáticos hayan ganado o que tener la pelota no sirva de mucho. La fórmula del «fútbol de Guardiola» ha dado frutos, muchos más de los que los cortos de miras pueden apreciar. Ellos no concederán que esta generación, que ha tenido a Guardiola como símbolo, ha cambiado el fútbol.
No lo perciben, pero así es.
Mourinhos ha habido siempre, pero el Brasil del 70, la Holanda del 74, el Brasil del 82, el Milán de Sacchi y la generación Aragonés, Del Bosque, Guardiola, Löw son únicos y han dejado su impronta en el fútbol.
Y sí, esos equipos no siempre han ganado. No es el éxito y sus títulos lo que los hace grandes. Es algo más simple, aunque complejo de ejecutar: la forma en que jugaron al fútbol.
A otros, ya lo sabemos, no les importa. Ganar es lo único, sentencian. Son los resultadistas. Luego se quejarán, también lo sabemos, del Necaxa de Lapuente y de Arias. Ni más ni menos.