En política las coincidencias no abundan. Si se repasa el contexto del caso Chalchihuapan, se puede observar que existe un factor importante: el descontento de grupos que hasta hace poco simpatizaban o eran leales a Rafael Moreno Valle, ya en el PRI, ya en el PAN, ya en el PRD. El gobernador controla la granja, pero fuera de ella los intereses son variados y los grupos que intentan un asalto a la granja poblana aprovechan cada oportunidad. La razón es sencilla: se trata de un gobernador que quiere ser Presidente.
Por eso no debe descartarse la hipótesis del “fuego amigo” en el caso Chalchihuapan, no entre los manifestantes, sino entre la tropa morenovallista. La victoria de los “duros” en el gabinete poblano (Eukid Castañón y compañía) es el reflejo de que el gobernador está maniatado. ¿Quién impuso a Facundo Rosas en la Secretaría de Seguridad Pública? ¿Quién está detrás de Luis Maldonado? ¿Quién detrás de Eukid Castañón? Si la actuación de los tres mencionados sólo responde a los intereses de Moreno Valle, entonces el gobernador tiene un problema mayor: está rodeado de incompetentes. Sólo así puede entenderse que se impulse, apruebe y defienda una ley autoritaria (la Ley Bala), que la negociación con los manifestantes haya sido corta y fallida, y que la represión de una manifestación sea tan desordenada y poco eficaz como en Chalchihuapan.
¿Fuego amigo o incompetencia? Las claves para una respuesta más acertada se encuentran en la elección poblana de 2016. El grupo de los “duros” en el morenovallismo quiere controlar la sucesión de su patrón. Moreno Valle ha movido la ficha de Juan Pablo Piña Kurzyck para retomar el control de una sucesión que se le complica porque su contrincante es más poderoso y tiene más recursos. Su nombre es Enrique Peña Nieto. Ganar la gubernatura de 2016 puede enfrentarlo con Los Pinos y perderla significa olvidar sus aspiraciones presidenciales. Difícil tarea la del equilibrio sucesorio.
Lo cierto es que la Puebla idílica del gobernador no resultó tan verídica como sus aduladores le hicieron creer. Suya fue la iniciativa de la “Ley Bala” y el sumiso Congreso de Puebla –con el voto del PAN, PRI, PRD y PANAL- aprobó una ley menos agresiva que la propuesta por el gobernador, pero que dejaba la puerta abierta al exceso policial. Ante ello, una pregunta sigue sin responderse con claridad: ¿Por qué impulsar una ley para utilizar armas de fuego contra manifestantes? Rafael Moreno Valle puede dar muchas explicaciones y descalificar a su críticos, pero la respuesta más simple es que fue un error político. La otra respuesta lógica conduce al autoritarismo.
Dos meses después, el niño José Luis Tehuatlie sufrió una herida mortal durante una manifestación de habitantes de la comunidad de Chalchihuapan, en el Estado de Puebla. Tres factores facilitaron el trágico escenario: la poca habilidad negociadora (responsabilidad de Luis Maldonado, el Secretario de Gobernación), un funcionario “duro”, a quien la palabra represión no le es ajena (Facundo Rosas, el Secretario de Seguridad Pública) y un marco jurídico que da lugar a excesos (la “Ley Bala”). Por supuesto que policías, manifestantes, infiltrados, y actores de todo tipo también se mezclan, pero el Gobierno de Puebla alentó la crisis que hoy sufre.
Cuestión adyacente es la crisis de los medios de comunicación poblanos. El caso Chalchihuapan demuestra que en Puebla el único vestigio de oposición es una parte de la prensa, que lucha con SUS INTERESES y sus instrumentos. Si bien Rafael Moreno Valle llegó al poder derrotando al marinismo, su política de medios de comunicación sigue fincándose en el principio de “amigo-enemigo”: los morenovallistas y “el resto”. Se trata de la misma distinción que hizo en su momento en “gober precioso”. Moreno Valle terminó siendo lo que tanto criticó.
Los medios morenovallistas no critican al gobernador. Cualquier atisbo de crítica está borrado de su lista de quehaceres. En el caso Chalchihuapan defienden a capa y espada la versión oficial o guardan puntual silencio. Por otra parte están los medios de comunicación críticos que hacen periodismo, y otros medios que critican sin labor periodística alguna, pero que se rasgan las vestiduras como si se tratara de un show mediático en el que, cuanto más se lucre con la muerte del menor, más beneficio piensan obtener. Muchos son medios que apenas ayer alababan a Mario Marín, pero ello no les quita razón en algunos de sus argumentos, aunque la forma de abordar el tema retrata sus intenciones.
Los medios tienen parte de responsabilidad en este desierto de objetividad. La mayoría de medios poblanos no se miran al espejo, pero tienen una cola enorme que pisan a cada paso y con cada descalificación. Señalan a su «adversario», pero sufren de la misma enfermedad: el cáncer de quienes están acostumbrados a vivir a costa del gobierno. La asfixia presupuestal les daña. Su punto fuerte es golpear o adular. Tienen lista la espada del verdugo o la alfombra roja para que camine su majestad. Son lisonjeros profesionales o verdugos implacables. Para ellos el periodismo es un trabajo harto complicado. El convenio es el medio y el fin. En el caso Chalchihuapan acusan o defiende y son pocos los que informan y analizan. Este escenario de medios enconados es alimentado por un gobierno poco transparente y que en materia de medios prefiere deambular en la oscuridad del autoritarismo, donde cualquier discrepancia es sinónimo de deslealtad.
Moreno Valle creyó que había aplastado la oposición y que ella no existía en Puebla; la minimizó. Sus cercanos alentaban su idea con tufos de autoritarismo e incluso con cierta ironía. Pensaban que una Puebla antimarinista significaba una Puebla morenovallista, pero se equivocaron.
La muerte de un niño ha demostrado que el nuevo traje del rey, del mirrey Moreno Valle, no era sino una ilusión. El mirrey Moreno Valle está desnudo; políticamente herido.