No las escribieron críticos del gobierno mexicano. Una la firmó el narcotraficante más enigmático (sanguinario, dicen otros) que ahora se encuentra a merced del gobierno estadounidense para contarle lo que todos suponemos y que de alguna u otra forma sabemos: las complicidades de políticos y empresarios mexicanos con el crimen organizado. Ismael Zambada puso a danzar al gobierno mexicano, tanto que las fiscalías federal y de Sinaloa han mostrado evidentes contradicciones por lo que respecta a la “captura” y traslado del líder del cartel de Sinaloa a los Estados Unidos.

La otra carta la firmó el “amigo del presidente”, que en realidad es el canal de comunicación de Washington con el gobierno mexicano: el embajador de Estados Unidos de América en México. Su opinión causó escozor y provocó una furibunda reacción del presidente López Obrador y de la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, pero el mensaje estaba transmitido.

La carta del Mayo cimbró al sistema. Me recordó el momento en que el general Gutiérrez Rebollo fue detenido por sus nexos con el narcotráfico. El régimen priista quedó al descubierto como nunca. En el caso de la carta del Mayo, su versión pone en entredicho (como si hiciera falta) la pureza del régimen que algunos aún sostienen contra viento y marea. Sobre todo, pone en entredicho la narrativa de que los abrazos solo eran una actitud del Estado para evitar más muertes (cosa que tampoco se logró); en realidad, los abrazos eran muestra de afecto, de compadrazgo, de socios, más que de tolerancia gubernamental.

De la carta del embajador asusta la letra chiquita. Las reformas del presidente (especialmente la reforma judicial) pondría en peligro la relación comercial con Estados Unidos y Canadá. Por supuesto que es enorme el comercio entre ambos países, pero nadie quiere invertir en un lugar donde el proveedor te puede fallar, el cliente te puede dejar de pagar o la autoridad te pretende extorsionar, y no haya la estructura necesaria para tu defensa. Lógica elemental, pero el embajador se lo recuerda de manera pública (por instrucciones, por supuesto). Aunado a ello, los estadounidenses tampoco dejarán abierta la puerta para que las inversiones chinas (cada vez mayores) entren a su país con México como parapeto. Pondrán límites a la relación comercial que se revisará en 2026 (o antes) y no los estamos tomando en serio. Washington ve que nos metemos en un tobogán y solo nos dice que tengamos cuidado.

Una semana antes, AMLO envió una carta al presidente Biden para preguntarle sobre una financiación a grupos que considera que son opositores a su causa. Biden no le respondió y no hace falta. Las cartas del Mayo Zambada y del embajador funcionan como parámetro sobre lo que le interesa al gobierno estadounidense y el tamaño de sus dientes que también muestra al gobierno de López Obrador.

Si AMLO quiere vender el discurso de que esta reforma mejorará el Poder Judicial, la carta del embajador funciona como la bofetada que lo devuelve a la realidad.

Y la carta del Mayo es un recordatorio del tamaño del problema de corrupción en este país; de esa bola de nieve que crece sin control; de las componendas entre el crimen organizado y los políticos en turno. Bien haría el Presidente en mirarse en el espejo de García Luna. Después de muchos años, ya disfrutando las mieles de su paso por el gobierno, Washington le recordó las cuentas pendientes y en unas semanas conocerá el tamaño de su condena. El gobierno termina, pero las huellas de los contubernios perduran y no parece que el gobierno obradorista esté terminando en los mejores términos con su homólogo norteamericano.

La carta del embajador es una advertencia y la del Mayo una alarma encendida y que suena de manera ensordecedora. Zambada parece advertir como aquel infame programa de televisión: “Aún hay más”.

Deja un comentario