Este es un partido que antes era un movimiento. Dejó de serlo: se ha institucionalizado con una estructura jerárquica que obedece a los deseos de su fundador y amo: López Obrador.
Tiene instancias. Es un partido que quiere ser democrático y cumplir con las reglas electorales. No hace ni lo uno ni lo otro.
Ha empezado un proceso de transformación que no se terminó con la entrega de un bastón de mando. Es un proceso donde el presidente perderá poder (en un futuro), pero por ahora todavía lo mantiene y lo ejerce.
Los consejos estatales de Morena son suaves susurros de quienes controlan ciertos órganos del partido: grupos, tribus, líderes que quieren imponer a sus candidatos y que podrán coincidir o no con la voluntad del mandatario tabasqueño, pero que saben que su palabra no es la última ni es la que más pesa. Una sola voluntad se impone en Morena y todos negocian y quieren estar en el ánimo del presidente.
¿Esto fortalece al partido? La respuesta es obvia: una institución no puede ser democrática ni fuerte cuando está a merced de los deseos de un sujeto.
Los consejos estatales de Morena han elegido a 4 perfiles que pueden ser “medidos” en las encuestas que mandará a elaborar el partido como método de selección de sus candidatos(as) a gobernador(a).
Dos ejemplos no dejan lugar a dudas del debilitamiento del partido y de sus órganos: en la Ciudad de México eligieron a García Harfuch y a López Gatell como las apuestas masculinas para participar en la encuesta. Estamos hablando de la capital del país, la que alguna vez fue el bastión de la izquierda, donde el candidato será, en caso de ser hombre, un policía con poca experiencia política y muchos intereses turbios detrás de él, o el responsable de una política pública para contener el COVID que no tuvo buenos resultados. La ciudad que algún día gobernó Cuauhtémoc Cárdenas ahora puede tener como jefe de gobierno a López Gatell o a Harfuch. El chiste se cuenta solo.
El caso de Puebla es el más extraño de los consejos estatales morenistas. Primero, porque el líder de las encuestas (Alejandro Armenta) fue hecho a un lado; segundo, porque un desconocido Julio Huerta (familiar del exgobernador Barbosa) fue quien más votos obtuvo, aunque nadie sabe cuáles son sus méritos (salvo la organización de tres mítines para Claudia Sheinbaum). Tercero, porque Liz Sánchez (una política del partido del trabajo) obtuvo más votos que cualquier aspirante mujer morenista. Cuarto, porque Olivia Salomón, la favorita para quedarse con la candidatura, no se despeinó, y aún así logró que la consideraran en el cuarteto. Y, por último, porque Ignacio Mier Velasco, el líder de los diputados de Morena, entró por los pelos. En este caso, su campaña ha sido denunciada por el burdo dispendio para su promoción, por una supuesta compra de consejeros, aunque sus periodistas (que no son pocos) sugieren que estaba bloqueado y que Sheinbaum lo “desbloqueó”, lo que suena a lo que un día Salinas aludió como “política ficción”
En toda esta maraña, el discurso de Sheinbaum y Mario Delgado sábado por la mañana en Puebla afirma la debilidad del partido y de sus órganos (sobre todo de los estatales): será el consejo nacional de Morena quien pueda ratificar lo que se aprobó en los consejos estatales; será el consejo nacional quien proponga o quite aspirantes o quien pueda incluso sorprender con una candidatura única.
El drama no es menor: el partido vive, en sus horas de transición, un debilitamiento interno provocado por la concentración del poder en el consejo nacional, que obviamente controla López Obrador.
Después de López Obrador vendrá el caos. Los consejos estatales, controlados por pequeñas o grandes tribus, lo harán implosionar. No es difícil imaginar un escenario como el del PRD, porque mientras AMLO ejerza el control todo marchará medianamente en orden, pero cuando se vaya, las instituciones débiles que hoy caracterizan al partido en el poder colapsarán ante la voluntad de las tribus y grupos menores. Justo como en el PRI (hoy sometido a Alito) o en el PRD, que ha pasado tres lustros sometido a los intereses de Los Chuchos.
Después de una semana convulsa, los morenistas se miran triunfadores o perdedores, según les haya ido en la confirmación de los cuartetos para escoger a sus candidatos. La realidad es que se trata de un partido sin ideología y sin rumbo distinto a la voluntad de su líder. Su crisis vendrá cuando esa voluntad no exista o no sea clara. No falta mucho para comenzar a observar su implosión, sino es que los consejos de esta semana son su primera manifestación.