La decisión más antidemocrática de Enrique Peña Nieto ha sido nombrar a Alfredo Castillo como Comisionado en Michoacán. Es una violación a la constitución porque no encuentra sustento democrático alguno. En la realpolitik, el Presidente no nombró un comisionado, sino un jefe de la plaza, un virrey que enmendara el cataclismo político y de seguridad que se vivía en el Estado de Michoacán. Los resultados, no obstante, han sido mediocres.
Algo similar ocurrió en Alemania en 1932. El Presidente Hindenburg nombró al “Diablo con sombrero de copa”, Franz Von Papen, para fungir como Comisionado en Prusia, ante los conflictos que se suscitaban en el Estado alemán más importante y que era considerado el ultimo bastión de la socialdemocracia alemana. Si bien es cierto las diferencias son enormes entre el nombramiento de Von Papen y el de Castillo, su esencia tiene un aroma a autoritarismo. En el caso alemán, Von Papen tenía la misión de acabar con un reducto estatal que se oponía a una centralización del poder. El comisionado cumplió su cometido, lo que desencadenó en la asunción de Hitler como jefe único del sistema político. La ley de Plenos Poderes, que concedía potestad suprema al Führer, fue el colofón que tuvo como acto previo el nombramiento de Von Papen en Prusia.
¿Cuál será el colofón de la aventura de Peña en Michoacán? No se puede afirmar que la delincuencia ha disminuido en Michoacán, aunque ese fue el pretexto utilizado para el nombramiento de Castillo. Lo que sí se ha demostrado es que el Estado sufre una metástasis de corrupción que sólo el tiempo, el Estado de derecho y la democracia pueden resolver. Y Castillo no tiene tiempo, porque su relevo o decapitación (política) está en puerta, el Estado de derecho no existe en Michoacán (el líder del cartel más importante en ese Estado lo ha demostrado en videos donde desnuda la complicidad de la clase política y medios de comunicación), y el mismo Castillo es símbolo de una ausencia de democracia, porque su función no está prevista en la constitución y lo que Peña Nieto logró al nombrarlo es minusvalorar a los poderes de la entidad, es decir, precisamente lo contrario a lo que se necesita.
Castillo no es Von Papen. La misión del virrey michoacano es gobernar de facto y con la venia de la federación. Es una solución autoritaria porque pasa por encima de la voluntad del pueblo michoacano. En ese desprecio a la soberanía es donde Von Papen y Castillo se trasmutan. Son creaciones de un poder que no le interesa la voluntad del pueblo que sufre las decisiones y acciones de un gobierno. La justificación puede ser válida (el desorden en seguridad pública), pero la solución no deja de apartarse de un espíritu democrático. Ante el caos en una entidad federativa, la única salida prevista en la constitución es la declaración de la desaparición de poderes, lo que para Peña Nieto implicaba reconocer que un gobernador priísta era incapaz de manejar el Estado y que los demás poderes también lo eran. Esa declaración era la salida digna, democrática, pero con costos políticos.
Peña escogió el camino que Hindenburg emprendió en Alemania hace más de 80 años. ¿Cuál será el costo? Por lo pronto hay dos consecuencias innegables: la democracia michoacana es inexistente y el federalismo está en crisis en México. El regreso del centralismo es una realidad, y no sólo a nivel político. Michoacán es un botón de muestra que preocupa por su alcance político y social y por la manera de entender la política.
Castillo es la figura de un régimen que creíamos haber superado. Von Papen era nazi; Castillo no lo es, pero ambos son producto de una decisión autoritaria. He ahí su parecido.