Todos tenemos diferentes etapas en nuestras vidas. Nuestros amigos no son los mismos en la infancia que en la edad adulta. Quienes cambian de residencia encuentran nuevos lugares favoritos, conocen nuevas personas, y sus gustos se transforman con el paso del tiempo. No es necesario viajar, cambiar de ciudad o de barrio para tener nuevas aficiones, nuevas amistades o cambiar de hábitos. Se puede estar en un mismo lugar durante mucho tiempo y las etapas de la vida también harán que cambien las personas.

Esas etapas son más claras cuando las personas emigran. Cambiar de lugar de residencia otorga nuevas oportunidades y obliga a dejar aparcadas a personas que siguen presentes en nuestras vidas, a pesar de la distancia y del paso del tiempo. Los afectos hacia esas personas simplemente se transforman.

Las etapas de la vida, la migración y los afectos personales de dos personas que se quisieron en el pasado, son parte de la trama de Vidas Pasadas (Past Lives), una película que puede verse en Prime video. La película muestra la historia de la amistad y del amor entre dos personas, amigos de la infancia, que la vida va separando y que encuentran su lugar a partir del reconocimiento del presente y la nostalgia de la relación de amistad y amor que un día tuvieron. No es solo esa añoranza de un tiempo anterior, sino el reconocimiento de que el tiempo presente es distinto, que lo anterior los forjó, pero que el tiempo no ha pasado en vano.

La cinta me vino a la memoria después de escuchar a un historiador mexicano (escritor y asiduo participante en mesas de análisis) decir que Benito Juárez o el PRI de antes ya eran parte del pasado y que a nadie importaban. ¿Cuándo debe dejar de importarnos lo que sucedió en el pasado? ¿Ya no importa quiénes perpetraron y cómo perpetraron un genocidio, una masacre, un fraude electoral, o el asesinato de un candidato? 

Mi sorpresa fue mayor cuando otra analista afirmó que este PRI ya no es el de antes, sino un nuevo PRI. ¿Cuándo dejó de serlo? ¿Cuándo dejó de ser el pasado que arrastraba y que lo identificaba? ¿Ya podemos confiar en el PRI de ahora y olvidar al PRI de antes?

En el pasado radica un tema crucial para la sociedad mexicana. Mirar al pasado se vuelve necesario porque los avances sociales y democráticos se logran comparando y aprendiendo. La Historia, todos lo saben, primero puede ser una tragedia, pero al repetirse puede ser una farsa. Eso presenciamos estos días en nuestro país. Quienes antes acusaban a otros de obtener una mayor representación en el Congreso de lo que en realidad les correspondía, ahora defienden la sobrerrepresentación (que ahora les favorece) con el argumento de que antes benefició al bando contrario. Por supuesto, los otros lo hicieron mal, pero justo lo que se esperaba era un cambio, una visión distinta que enorgulleciera a sus militantes y simpatizantes, no que los iguale con los sátrapas del pasado. Volver al pasado se hace necesario si se quiere saber que el reparto de programas sociales es benéfico, pero debe tener límites razonables y presupuestales. Los que ya tenemos cierta edad sabemos que la Solidaridad de Salinas terminó estrellándose un diciembre de 1994, y que desató una crisis económica que aún pagamos con el Fobaproa. El destino de los programas sociales del lopezobradorismo no debe terminar de la misma manera, pero el ritmo de deuda es insostenible. Algo habría que hacer al respecto y habría que mirar a ese pasado para no repetir los errores de entonces.

Mirar al pasado no es banal. Para las personas de mi generación votar por el PRI es aún inimaginable, mucho más cuando el escenario poselectoral muestra a un partido a merced de un chacal de sobrenombre Alito. Quienes cubrían con el manto de novedad al PRI, durante la elección más reciente, no saben donde esconderse ante el bochornoso espectáculo poselectoral del nuevo mandamás del PRI. El partido que antes cuidaba las formas está a merced de un caudillo menor que es el dueño del tricolor. Algo que antes era a mayor escala, ahora se repite en las cañerías (o en unas cañerías menores).

Mirar al pasado no se trata de estigmatizar al PRI y al PAN. Requiere también la capacidad de fijar el listón alto para no volver a sufrir las consecuencias de los Echeverría, los López Portillo, los De la Madrid, los Fernández de Cevallos y el PAN de los noventa acordando en lo oscurito con el partidazo. Se trata de mirar al pasado para evitar las prácticas del PRI “de antes”, más allá de votar o no por un determinado partido. Mirar al pasado permite señalar lo que estuvo mal para que no se repita. Una buena parte de la sociedad mexicana hace lo primero (mirar), pero no fija el estándar para que las acciones indebidas solo sean anécdota. Lo mira para criticar, pero no construye a partir de esa crítica. Otra parte, como el historiador mencionado, no quiere siquiera volver la mirada: piensa que ya estamos en otro país y que esa información es suficiente para los ciudadanos; que ese pasado no importa.

Se trata de mirar al pasado para compararlo con nuestro presente; no para añorarlo ni para aferrarnos a él. Mirar al pasado para saber que de ahí venimos. Luego, seguir, pero una vez que sabemos que no somos ni queremos ser lo que un día sufrimos, por más que se trate de un amor de la infancia, como en la hermosa película que titula estas líneas.

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