Las últimas semanas han sido complicadas para los simpatizantes del obradorismo. Se aprobaron dos reformas cruciales y controversiales, y desde la mañanera se realizó una embestida inusual contra una de sus mayores críticas. No es fácil defender acciones tan conservadores ni tan autoritarias. La forma en que el oficialismo ha abordado estas cuestiones recuerda más al priísmo de los sesenta y setenta, que a un partido moderno en busca de transparencia y fortalecimiento de las instituciones democráticas.
Muchos pueden coincidir en la necesidad de una reforma al sistema de pensiones o de la conveniencia de regular la suspensión del amparo, pero las reformas que se aprobaron no fueron precisamente para mejorar las pensiones de los mexicanos ni para facilitar el acceso de los ciudadanos al amparo y, por ende, a la suspensión de actos inconstitucionales. Asimismo, la premura con que se aprobaron ambas reformas deja un halo de premura por obtener recursos más que una necesidad para mejorar de la calidad de vida de los mexicanos.
El último llamado que ha puesto de pie a los obradoristas es la difusión de documentos de la directora de Mexicanos contra la corrupción y la impunidad (MCCI), María Amparo Casar, a fin de «acreditar» que ha realizado un supuesto fraude a Pemex al cobrar una pensión que, de acuerdo con el gobierno, no debía haber cobrado.
El problema esencial de la embestida del gobierno contra Casar, de las reformas a las Afores, de la Reforma a la Ley de Amparo, no es solo el fondo, sino esencialmente las formas. Si tiene los elementos para quitarle una pensión a la directora de MCCI, lo puede realizar mediante los procedimientos que tiene a su alcance, pero el uso de la conferencia mañanera del presidente para difundir documentos y datos de Casar y sus hijos, es un abuso de poder. La mañanera no es la vía para difundir información privada de persona alguna, ni para realizar juicios históricos y mediáticos de los críticos del gobierno.
El fondo no debe pasarse por alto: no se trata de cualquier persona, sino de una crítica del obradorismo que acaba de publicar un libro en el que señala desaciertos del gobierno de López Obrador. Tampoco se puede obviar que, en el caso de la reforma a las Afores, el déficit presupuestal del gobierno es enorme y 40 mil millones de afores inactivas son oxígeno para un gobierno que cada vez se endeuda más. Y la reforma a la ley de amparo parece hecha a la medida para que esa reforma a las Afores no fuera suspendida por algún juez de manera general.
Las coincidencias en política no existen, por lo que no es una coincidencia que la embestida desde el poder contra Casar se dé precisamente en el momento en que se publica un libro de Casar al respecto. Además, cinco años y medio después de la llegada de López Obrador al gobierno, se le quita a Casar una pensión por viudez después de revisar un expediente de hace veinte años. No está de más decir que se trata de Pemex, la paraestatal a la que el gobierno mexicano le ha invertido recursos como a ninguna otra y resulta que el gobierno en turno expone como un triunfo de la lucha contra la corrupción la cabeza de Casar porque ha encontrado un supuesto fraude por 31 millones de pesos (según la versión del gobierno). Solo para contextualizar: Pemex sufrió un desfalcó en tiempos de Emilio Lozoya por más de 23,529 millones de pesos y todos sabemos que el exdirector de Pemex camina tranquilo y enfrenta desde su domicilio los procesos judiciales que, también todos sabemos, no llegarán a ninguna parte.
Es una lástima: el gobierno de López Obrador está actuando exactamente como los priístas actuaban contra los críticos en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Como escribía Carlos Monsiváis: «En un momento dado, las municiones retóricas del priísmo consisten en lo básico, en el ataque a las oposiciones y en la negación de su pasado.». El gobierno y el partido de López Obrador está siguiendo la receta más antigua del priísmo: aniquilación a los opositores y la negación del pasado que no conviene a la retórica del triunfo del obradorismo (aunque la realidad presente y la revisión futura destrozarán esa retórica vacua).
Será difícil ser obradorista en algunos años: será difícil justificar que se usó un espacio público para ocultar los fraudes de Segalmex y para atacar a algunas instituciones importantes del sistema político mexicano, mientras que al mismo tiempo se utilizaba para denostar (con razón o sin ella) a los opositores. Todo recuerda al infame programa del Chavismo, «Aló, Presidente», donde una y otra vez Chávez señalaba enemigos y buscaba justificaciones a sus desaciertos, mientras escondía acciones de su gobierno y desdeñaba las formas. Nadie con algún sentido de dignidad defiende hoy el antiguo programa del chavismo.
El gobierno de López Obrador está tocando fondo, en parte porque se extingue y en parte porque la Historia no lo juzgará como quisiera el todavía presidente. El gobierno ha ido perdiendo el rumbo y ha acentuado su faceta autoritaria: no puede compararse la embestida contra Casar con la cancelación del aeropuerto de Texcoco, por ejemplo. En el caso del aeropuerto, siempre hubo la disposición a cancelar el proyecto y negociar con los empresarios de acuerdo con la ley; en el caso de Casar, se han perdido las formas y eso define el resultado autoritario. En la democracia no hay lugar para quitar derechos sin procedimientos y el obradorismo ha caído en la dinámica contraria. Lo dicho: será difícil en un futuro defender al obradorismo de estas últimas semanas. El espejo en el que se miran los priístas debería ser una referencia para los obradoristas: no es fácil negar el pasado cuando es lo único que les queda.