Los políticos están preocupados de su cercanía/lejanía con López Obrador. Ese es el tamaño de sus miedos y frustraciones, y refleja su estatura política. Como si el problema fuera la persona que se para a diario delante de las cámaras durante dos horas y realiza un ejercicio de propaganda encubierto de información que se ha llamado «La mañanera». Esa persona se irá en unos meses, pero nuestros problemas persistirán. Si no los resolvió o los agravó será tema de discusión, pero no resolverá el trasfondo del pequeño infierno en que vivimos.

Los problemas en este país, y ni se diga en el mundo, terminan siendo más complejos que los personajes que los reflejan. Uno de esos problemas se podría resumir en una frase «tratar de hacer lo correcto, en el momento correcto y con la compañía correcta».

Eso les cuesta un mundo a los políticos de nuestro país. No saben estar a la altura en el momento adecuado. No saben poner el interés general por encima de sus nimias aspiraciones políticas y económicas (porque la mayoría persigue el poder político para lograr el poder económico). Un ejemplo: el despilfarro en toda la república para realizar una campaña que los lleve a ser gobernadores. No saben estar a la altura porque olvidan que esos millones tan mal invertidos podrían ahorrárselos y utilizarlos en mejores cosas que en promover una imagen patética -porque eso son la inmensa mayoría de los espectaculares, portadas, videos: muestras de políticos enanos. No se trata de una mala decisión, sino de una actitud y entendimiento de la política.

En Puebla, por ejemplo, Morena ha decidido «medir» a 7 aspirantes a la gubernatura. ¿Quién financia sus campañas? Nadie lo sabe, pero todos suponemos que -al menos tres de ellos, los más burdos- se financian con dinero producto de la corrupción. Todos imaginamos que los cientos de espectaculares, entrevistas, portadas, videos y campañas que han realizado no fueron financiados a partir de dineros propios, sino con desvío de recursos, con promesas ilegales de contratos y obras con empresarios, con sobres amarillos entregados a «periodistas» bajo la promesa de un futuro convenio, y con la intervención (que no podemos obviar en este país) del crimen organizado que prefiere a cierto candidato por encima de otro.

Todo eso servirá de poco: López Obrador tiene en la mente el nombre del ganador o de la ganadora desde hace algún tiempo, y los aspirantes saltan en un circo lleno de espectadores que saben la inutilidad de los actos que presencian. El dueño del circo dejará en la pista al ganador o ganadora, y los esfuerzos y campañas realizados por los demás serán la nada. Eran la nada desde que el circo abrió sus puertas, porque la decisión había sido tomada antes de que salieran al escenario y mostraran a los espectadores su «arrastre», la maestría de sus acrobacias o la elegancia de sus vestimentas. Algunos no entendieron que la simpatía con el dueño del circo era todo y era lo único importante.

En la carrera presidencial, el caso más patético de lo que aquí señalo es el exsecretario de gobernación, Adán Augusto Hernández. Fueron épicos el despilfarro y la vileza de su «campaña» para que fuera tomado en cuenta como sucesor de López Obrador. Nunca supo que era el chango que tocaba los tambores en el circo presidencial. Su quinto lugar en las encuestas lo retrató.

Y ese reguero de incapacidad para saber actuar y estar a la altura se puede verificar en los asuntos más trascendentales: sea la condena sin paliativos a un acto terrorista, sea la crítica del militarismo, sea la búsqueda de desaparecidos o la lucha del Estado contra el crimen organizado. Los políticos no saben responder con altura de miras y democracia. En la mayoría de casos, son cómplices por no saber comportarse ante una situación que no requiere sapiencia y grandes conocimientos, sino empatía, humanidad y talante democrático. Son hienas del presupuesto y poco más.

TIEMPO EXTRA:

Ese dilema de hacer lo correcto en el momento correcto lo exhibe perfectamente el documental «No se lo digas a nadie», transmitido por Antena 3, en España, y que puede verse en su plataforma digital Atresplayer para quienes tienen una suscripción a un sistema de televisión de paga.

En el documental se muestra la historia del asesinato de una familia brasileña a manos del sobrino de una de las víctimas. Una carnicería espantosa. El papel más controversial en la trama lo juega un amigo del asesino: un chico que conoce en tiempo real los asesinatos y que sabe que el chacal está actuando, que no lo detiene, que lo invita a seguir asesinando, y nada hace para detener, al menos en parte, la masacre que ocurre a muchos kilómetros de distancia, pero evitable si hubiese acudido a las instancias adecuadas. Lo mínimo que se puede decir del acompañante del asesino es que en el momento preciso en que debió actuar con humanidad por delante, su reacción fue pueril, grotesca y de complicidad.

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