La excelente película “Tár”, protagonizada por Cate Blanchet, tiene una de sus lecturas más importantes en el autoritarismo de la protagonista y cómo su entorno lo soporta hasta que se hace insostenible por las consecuencias de sus actos y decisiones.
Blanchett interpreta a Lydia Tár, quien es una directora de orquesta. El solo rol puede darnos la idea de que el ego y el autoritarismo son parte esencial de la trama en la que se va desnudando una personalidad encantadora y autoritaria. ¿Es inherente a ciertos puestos que quienes los ocupan tengan que tomar decisiones donde simplemente impongan su voluntad?
En política, la cuestión no es tan distinta: los presidentes, ministros, secretarios o gobernadores terminan creyendo que cada decisión que toman o cada reflexión que hacen son dignas de una distinción sin igual, y están justificadas porque ellos lo quieren, porque pueden hacerlo y porque, sin duda, piensan que es lo que debe realizarse.
En nuestro país hemos pasado los últimos cinco años escuchando todos los días a un presidente que repite frases como mantras inescrutables y que señala con desdén a quienes no entienden que está en marcha una transformación, aunque es bastante dudoso que esta sea una transformación política que cambie de raíz las instituciones y dinámicas que caracterizan a nuestro país.
¿Por qué algunos soportan y hasta justifican ciertas decisiones autoritarias? ¿Por qué justificar ahora lo que antes se criticaba?
No parece haber una respuesta fácil, pero la Historia muestra que hay cierto encanto del líder que provoca idolatría o miedo, y de repente esas decisiones autoritarias se “pasan por alto” y son vistas como pecados menores.
En la última semana, la decisión más autoritaria del presidente fue excluir a los titulares del legislativo y del judicial de las celebraciones por la independencia del país. Para el presidente, tener una mala relación con la presidenta del poder judicial es motivo suficiente para excluirla de un acto en el que el país entero celebra. Se trata de un berrinche pueril que esconde una visión más que preocupante: si la presidenta de la Corte no es del agrado del jefe del Estado, se excluye a esa “parvada de buitres” (los ministros de la Corte) de cualquier celebración o decisión. No se les invita a actos del Ejecutivo o del Estado. No se les ve ni se les oye (sí, Salinas reloaded).
Se trata de la visión más maniquea a la que ha llegado el gobierno actual, que choca con el discurso de la candidata del oficialismo a sustituir a Lopez Obrador. Mientras que el presidente “calienta la plaza” como forajido, Claudia Sheinbaum llama a la unidad y la cohesión de los mexicanos. AMLO invita a lapidar y excluir a quienes (a su juicio) representan a la oligarquía, mientras que la candidata llama al fortalecimiento de un Estado de derecho. Se hace necesario un diván partidario y seguramente para la candidata debe ser preocupante que el presidente insista en el señalamiento de los enemigos.
Muchos aplauden el gesto excluyente del presidente, cuando si fuera otro personaje y otro partido, las críticas no se harían esperar. Tal vez como al personaje de Blanchett, en Tár, a AMLO le llegue el momento en que su posición se valore como insostenible y la Historia lo juzgue severamente.
Tal vez como el personaje de Lydia Tár, AMLO termine convertido en un personaje chiquito, y que sus decisiones lo estigmaticen.
A un año de que termine su gobierno, todo indica que, como en la película protagonizada por Blanchett, las aguas volverán a su cauce cuando se vaya AMLO. El mal sabor de boca es que todo este encono tendrá sus consecuencias: en principio, y como ya se esperaba, viejos discursos de la mano de una derecha retrógrada se hacen cada vez más presentes. La extrema derecha influirá (aún más) en la política mexicana, y algo de culpa tendrá López Obrador por ciertas decisiones alejadas del consenso y justificadas en su voluntad; en su autoritarismo.
Asimismo, que las aguas vuelvan a su cauce no es una panacea: debe pensarse que ese lugar (el México de Peña y Calderón) del que huimos no era el paraíso terrenal, sino los cimientos de un narcoestado y un lugar donde la injusticia y la impunidad eran las constantes. Ese Mexico sigue estando detrás de los discursos y la verborrea del presidente. A esas aguas volveremos después de una oportunidad perdida. Veremos que seguimos en ellas; que tal vez nunca nos fuimos. Que tanto autoritarismo no hizo sino empeorar nuestra situación como país.
Un día el encanto se romperá y las miserias de este periodo serán innegables. Un poco como en Tár.